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BARATARIA
NÚMERO 15 •
2013
cercana al testimonio documental. Un ejemplo
de esta segunda tendencia es la novela
La noche
del polizón
(2011), de la argentina Andrea Ferra-
ri, inspirada en casos reales que la autora docu-
mentó en su condición de periodista. Karmo, el
protagonista de la obra, es un adolescente afri-
cano que escapa de la guerra civil que agobia a
Liberia, su país natal; consigue llegar a Guinea
y una vez allí viaja como polizón a Argentina.
En Buenos Aires, Karmo debe sobrevivir como
refugiado y conocerá en carne propia el dolor de
ser marginado por negro y por diferente, pero,
a la vez, conocerá la solidaridad de un grupo
de personas que lo ayudarán a insertarse en el
país adonde ha llegado y le brindarán su apoyo
para que localice a su hermano. Al igual que
otros emigrantes negros, Karmo debe aprender
a lidiar con la mirada de los otros: una mirada
que, como ha explicado Ferrari en una entre-
vista “es curiosa, pero también muy a menudo
hostil. En algunos casos la hostilidad es directa:
gente que ni siquiera los conoce les grita cosas
como ‘negro de mierda’ o ‘andate a tu país’”.
En
Tony
(2010), novela de la ecuatoriana
Cecilia Velasco, uno de los protagonistas, un
adolescente de ascendencia asiática de nombre
Dewei Wang, pero que ha preferido que lo lla-
men Tony, tiene que enfrentarse no solo a las
bromas de sus compañeros por su origen racial,
sino incluso a las burlas de uno de sus profeso-
res. En
Cartas al cielo
(1998), la cubana Tere-
sa Cárdenas testimonia desde su experiencia la
problemática de la población negra en su país.
“De verdad eres prieta y bembona”, le dicen a
la niña protagonista, pero, al mismo tiempo, su
propia abuela le asegura “que es bueno adelan-
tar la raza. Que lo mejor que puede pasarnos es
que nos casemos con blancos”.
Concebido para lectores de más corta edad,
Cuando yo hice de María
(2010), álbum de las
alemanas Jutta Richter, texto, y Jacky Gleich,
ilustraciones, gira alrededor una niña negra
que llega con su familia a una comunidad don-
de recibe un trato despectivo por parte de sus
compañeros de clase a causa de su aspecto di-
ferente y del color de su piel. La niña ha tenido
que lidiar con el hecho de ser distinta. “Cuando
yo todavía era pequeña, creía que tenía que la-
varme con nieve para ser tan blanca como los
demás niños”, nos confiesa. “Pero mamá dijo
que era un tontería y que a ella le parecía her-
moso que yo fuera oscura. Ella dijo oscura,
pero soy negra”. La niña encontrará una ines-
perada reivindicación cuando el azar la lleva
de interpretar el papel de oveja del pesebre, al
que había sido relegada en una representación
escolar navideña, al de la Virgen María: una
inesperada lección de integración y respeto a
la diferencia.
El estatus económico conlleva, a menudo, a
una estratificación social rígida donde la mayo-
ría olvida o desdeña a aquellos que disponen de
menos recursos y sobreviven en áreas periféri-
cas, realizando a menudo tareas de reciclaje, o
en las calles de las grandes ciudades, vendiendo
mercancías baratas o mendigando. Desde pre-
misas artísticas diferentes, libros como
Cuen-
tatrapos
(1991), del chileno Víctor Carvajal, y
Soñar con la ciudad
(1998), del panameño Ra-
món Fonseca Mora, proponen acercamientos
realistas a la problemática de los niños pobres
que se mueven en espacios marginales.
Margot, la pequeña, pequeña historia de una
casa en Alfa Centauri
(2011), del mexicano An-
tonio Malpica, apuesta por la imbricación de lo
real y lo fantástico al abordar la dura realidad
que comparten una niña y su padre, miembros
de una comunidad de recicladores. Por su par-
te, el álbum
Trapo y Rata
(2011), de la chilena
Magdalena Armstrong Olea, se vale de la fábula
y de lo metafórico para presentarnos, a través
”
“
El estatus económico con-
lleva, a menudo, a una estra-
tificación social rígida donde
la mayoría olvida o desdeña a
aquellos que disponen de me-
nos recursos y sobreviven en
áreas periféricas