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BARATARIA
NÚMERO 15 •
2013
–El tema de la migración en sus libros
(posiblemente
Stefano
sea el mayor ejemplo)
se vincula con el nomadismo y la no perte-
nencia... ¿Por qué está tan presente en su
trabajo esta idea?
–Una no sabe bien por qué aparecen ciertos
asuntos en la escritura, por qué ciertas cuestio-
nes insisten en ser contadas. Me ha sucedido
descubrir en mí dolores, preocupaciones, que
habían aparecido en la ficción, puestas en un
personaje, muchos años antes. Entre los asun-
tos que se repiten y reaparecen en mis cuentos
y novelas está el salir a buscar; el viaje en cier-
to modo, pero me parece que es un viaje en
busca de algo, de un sentido de vida. Se va
a buscar algo que no siempre se encuentra,
porque no se trata del voyeur ni del turista, es
el viaje del que emigra, del que va a buscar un
tesoro, de la que quiere encontrar al amado,
del que va a cumplir una misión… La búsque-
da de lo que se es, la escucha y la fidelidad a
eso que se es, aunque vaya a contrapelo de lo
que otros esperan, la desobediencia a ciertos
mandatos o a cierta lógica que el entorno tie-
ne…, lo de la no pertenencia sí, ahora que lo
pienso sí, pero es la no pertenencia de quien
no deja de buscar un lugar (interno o externo)
al cual pertenecer.
–En
La niña, el corazón y la casa
aparece
el otro, el diferente, como el gran protagonis-
ta desde la perspectiva de Tina, una niña de
cinco años. No es usual que haya un persona-
je con síndrome de Down en una novela para
jóvenes. ¿Cómo surgió esta historia? ¿Qué
la llevó a escribir sobre un tema tan sensi-
ble? ¿Es doloroso?
–El origen de
La niña, el corazón y la casa
es una respuesta que una mujer me dio hace
muchos años, acerca de su embarazo. Esperaba
una hija, pero habían convenido que la criara
su pareja, porque ella ya tenía hijos. Esa res-
puesta me perturbó un poco, quedó por años
en mi cabeza, interpelándome. La escritura
nace, para mí, casi siempre de ese modo, como
una escena, imagen o frase levemente pertur-
badora que me inquieta, me lleva a imaginar
consecuencias posibles. De todas formas entre
ese hecho y la escritura misma pasaron más
de veinte años, hasta que una tarde, acomo-
dando mi biblioteca, abrí al azar
La balada
del café triste
, de Carson McCullers, y se me
apareció el narrador capaz de hablarme de esa
niña, de su dolor y de su casa. Lo demás fue
apareciendo…, buscando alguna razón por la
que la madre no pudiera o no quisiera criar-
la, apareció el hermano que “necesitaba más
que ella” y con él apareció esa forma sutil de
abandono que a veces sufren los hermanos de
niños con ciertas diferencias o discapacidades
o enfermedades. Esa cuestión tan naturalizada
en las familias, en las cuales de algún modo
alguien debe pagar el costo de estar en mejores
condiciones para afrontar la vida. Pensé que la
madre tendría sus razones (algo “muy de ma-
dre” por otra parte), para querer compensar
al hijo más necesitado, pensando que la niña
era más fuerte. Me gustó ir hasta el fondo del
corazón de esa niña, a la que vi muy sola y
”
“
Todos somos diferentes en
algún punto, todos únicos,
particulares en nuestras fal-
tas y necesidades, faltas a ve-
ces más evidentes y a veces
más secretas
”
“
La escritura nace, para mí,
como una escena, imagen o
frase levemente perturbado-
ra que me inquieta y me lleva
a imaginar consecuencias po-
sibles