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16

BARATARIA

NÚMERO 15 •

2013

un pilón, y evoca su recorrido al “Campamento”

amasando la figura del padre, de los hombres del

campamento, del Otro, al mismo tiempo que evita

el miedo ante lo nuevo. Este, sin embargo, no es

el mismo viaje de Aurora, personaje rural y anal-

fabeta, que la brasileña Nilma Lacerda construye

en la primera parte de

Pluma de ganso

. Es en la

segunda parte de la historia, donde la sobrina de

Aurora se dispone a darle voz a su tía y contar

su historia como un acto liberador: “No para de

escribir esta historia de una niña que no llega a

educarse en un Brasil que crecía, que se movili-

zaba anunciando una república de verdad.”

Incorporar a los jóvenes en situación de po-

breza a esta literatura busca sensibilizar al lector.

Implica la representación de espacios que dejaron

de estar en el margen de las ciudades para perte-

necer a ellas: favelas, barrios, vecindades, villas;

con temas como delincuencia, droga, sicariato,

hambre. Sus personajes se pasean en categorías

disímiles como la mirada

naif

del niño que se en-

frenta a la miseria; el adolescente que acciona

como un adulto; o la defensa de los derechos de

igualdad social. De las múltiples alternativas, hay

interesantes construcciones de la realidad.

El colombiano Francisco Montaña en su

novela

No comas renacuajos

revela una estruc-

tura narrativa a dos voces que hilvanan una

historia asfixiante, demoledora. Por un lado, se

cuenta la vida de David y sus hermanos prácti-

camente huérfanos; por el otro una narración en

primera persona nos habla de una niña recluida

en un centro de reinserción social cuyos padres

están en prisión. David y la niña coinciden en el

centro y entre ambos se establece un doble jue-

go de espejos: ambos evaden su realidad ante la

inspección al Otro. Ambos terminan por ser un

enclave en el presente para poder imponerse

sobre la miseria y el dolor.

Por el contrario, Nilma Lacerda (Brasil) en

Rabo de estrella

muestra las alternativas de una

vida digna dentro de la miseria. Su protagonista

recoge basura, admira a la abuela por el vigor y

sus coquetos gestos para alegrar la vida. Estos

gestos no merman su razón, y la hacen enfren-

tarse al aparato político desde su verdad: “¿Y el

trabajo?, preguntamos, nos decimos: una casa,

el dinero, eso tiene su valor, pero, ¿después?

¿Y el sustento diario?”. Posibilidad que no tie-

ne el personaje de

Alex Dogboy

, de Mónica Zak

la relación está parcialmente condenada por el

adulto, que siente temor a lo desconocido.

Este vínculo con la religión permite adentrarse

en búsquedas hacia una identidad con la reali-

dad, con el entorno. Ella quiere sentir que perte-

nece: “-A veces yo también me ilusiono con irme

de Buenos Aires, al Sur, no sé, al Norte, llevar otro

tipo de vida, ser maestra rural, titiritera, médica

de pueblo… O estudiar en España, vivir en Méxi-

co…”. Y él se construye desde una resignación que

se hace costumbre: “El mundo había ganado otra

vez. ¿Quién no sabe la vieja historia de cuáles son

las reglas? Una mujer joven y atractiva con los pe-

chos desnudos, si es blanca, aparece en la tapa de

Playboy

, si es negra, en

National Geographic

. Ellos,

los dos blancos, sobrevivirían, sin duda, pero en

distintos territorios. Cada uno a su manera, cada

uno ahogado en sus ideas, cada uno en la cubierta

de su revista, de su barco, de su lugar.”

De viajeros y viajantes

Las diferencias culturales en las sociedades

latinoamericanas forman parte de la cotidiani-

dad. En

Stefano

, la argentina María Teresa An-

druetto presenta una compleja y vigente mirada

del emigrante. El joven Stefano sale de Italia en la

oleada europea que hace más de cincuenta años

emigró a América. Sus diálogos cortos, y quiebres

narrativos hacen que el lector se adentre en la

esencia de sus recuerdos.

Existen otras respuestas adolescentes ante

el tránsito entre naciones. Sobre todo ante la ne-

cesidad de pertenecer a “algo” distinto al canon

establecido. El argentino Sergio Olguín retrata

en

Springfield

a un grupo de jóvenes que vene-

ran la tradición norteamericana en su consu-

mo de cine y televisión. En un viaje a Estados

Unidos para aprender inglés se irán nombrando

como personajes de la serie de dibujos animados

Los Simpsons

, pero su identidad los enfrenta a

códigos que no les pertenecen. Por eso, deben

establecer puentes, incluso en el lenguaje, para

reconocerse extranjeros: “A los negros les decían

‘afroamericanos’. Pero nosotros, en la Argentina,

les decimos negros hasta a los rubios.”

Existen también migraciones dentro de un

país, a territorios desconocidos. Como el trayecto

de Laina, personaje en

Diente de león

de la mexi-

cana María Baranda. En un entorno rural, ella se

apropia de la palabra como si las desgranara en