
2013
•
NÚMERO 15
BARATARIA
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Cada vez que se modifica la configuración de los
aliados, se cambian los libros de Historia y, con
ellos, la división entre “buenos” y “malos”. Ob-
viamente, no se trata de privar a la Historia de
su dimensión ética, sino más bien de cuestionar
un maniqueísmo simplista y manipulador.
Adentrarse en una lectura es siempre un
encuentro con el Otro, pero es un encuentro
muy peculiar, y sobre esta peculiaridad valdría
la pena detenerse un momento.
La literatura como arte única nos permite
rebasar las fronteras más frágiles y más impene-
trables, a la vez: las de los cuerpos. Tal vez es fá-
cil dañar al Otro, pero imposible estar seguro de
lo que siente y piensa. Sin embargo, en los libros
penetramos con facilidad en cabezas ajenas, y
exploramos hasta los impulsos más íntimos.
Ewa Graczyk se pregunta: “¿Qué es la lite-
ratura para la juventud?” –y contesta-: “Sobre
todo es un diablo que levanta los techos. Exac-
tamente, la literatura nos cuenta sobre lo que
hay dentro de las almas de la otra gente...” Si la
literatura nos permite penetrar en estas dimen-
siones cotidianamente inaccesibles es porque no
conoce más límites que el alcance de la experien-
cia y la fantasía humanas. Sin problema rebasa
las fronteras físicas, geográficas e históricas.
La literatura nos ayuda a imaginarnos en
el lugar del Otro, vivir sus aventuras como pro-
pias, conciliar diferentes espacios y tiempos. Es
la forma más fácil de vivir las vidas ajenas o,
por lo menos, de presenciarlas.
Un recurso bastante conocido de la literatu-
ra es “el trasladado” o “cambio de lugar”, como
ocurre en la novela
Príncipe y mendigo
de Mark
Twain. En sus páginas, un joven príncipe cam-
bia de ropa con un niño pobre que se introduce
por casualidad en sus aposentos. Al no ser reco-
nocido por los guardias en su nueva condición,
es expulsado del Palacio. Afuera, le tocará vivir
la vida del pordiosero, mientras que el mendigo
ocupará su lugar. A los dos, esta experiencia
les sirve para ver el mundo desde la perspectiva
contraria. Encontrarse en el lugar del Otro sue-
le conducir a una metamorfosis debido a que
se adquiere una nueva experiencia y sensibili-
dad. Vivir la vida del Otro es descubrir que en el
fondo somos semejantes y que nuestra Otredad
reside en los roles que determina la sociedad
en la que nos tocó vivir. A la vez, el joven lec-
tor se identifica con ambos: el príncipe, ahora
pordiosero, y el mendigo, elevado al rango de
reyezuelo, y ve Londres desde dos perspectivas
contrastadas: desde el palacio real y desde las
madrigueras de los pobres.
A eso nos expone en cierta medida la litera-
tura: aunque no podemos intercambiar lugares,
podemos presenciar la vida de los Otros. Acep-
tando la Otredad, el Otro deja de ser Otro, pier-
de lo “exótico”, empieza a ser uno de Nosotros.
Marc Twain avanzó aún más: dotó de voz a
los seres que la Historia había silenciado. Duran-
te milenios, la voz de los niños no fue registrada,
mucho menos si eran pobres. La historia abunda
en esos silencios de las voces que no nos llegaron.
Sin embargo, la literatura puede reclamarlas, re-
construir esas voces calladas del pasado para las
cuales no hubo lugar en el registro oficial.
Ése es el papel de la ficción histórica: com-
pletar las versiones oficiales, cuestionar la verdad
única de la narración científica, así como dotar
al pasado de un rostro, recordar que la historia
fue un presente vivido por los seres humanos.
La literatura transforma lo general histórico en
un acontecimiento único, recupera las vivencias
excluidas de la visión panorámica de los grandes
procesos históricos que quedaron sepultadas en
el pulido y estéril discurso académico.
El discurso histórico suele descuidar esos
detalles. La literatura puede recuperarlos y
acercarnos a la historia a través de lo particular.
De ahí el papel de los detalles que acompañan
a cada evento histórico y le dan una dimensión
humana. Esos detalles permiten revelar al Otro
mediante una luz concentrada en algo pequeño,
un objeto, un sentimiento, un momento.
Pero no idealicemos a la literatura. Es crea-
ción de los seres humanos y producto de sus
prejuicios, que también nos transmiten. En la
literatura de ficción, entre Nosotros y el pasado
siempre media un autor, mientras que los docu-
mentos del pasado nos permiten acudir al en-
cuentro directo con los Otros. Sabemos que estos
textos suelen ser difíciles para los niños y los
jóvenes, pero editados, adaptados, pueden servir
de fascinante encuentro con el Otro histórico.