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2013

NÚMERO 15

BARATARIA

19

Cada vez que se modifica la configuración de los

aliados, se cambian los libros de Historia y, con

ellos, la división entre “buenos” y “malos”. Ob-

viamente, no se trata de privar a la Historia de

su dimensión ética, sino más bien de cuestionar

un maniqueísmo simplista y manipulador.

Adentrarse en una lectura es siempre un

encuentro con el Otro, pero es un encuentro

muy peculiar, y sobre esta peculiaridad valdría

la pena detenerse un momento.

La literatura como arte única nos permite

rebasar las fronteras más frágiles y más impene-

trables, a la vez: las de los cuerpos. Tal vez es fá-

cil dañar al Otro, pero imposible estar seguro de

lo que siente y piensa. Sin embargo, en los libros

penetramos con facilidad en cabezas ajenas, y

exploramos hasta los impulsos más íntimos.

Ewa Graczyk se pregunta: “¿Qué es la lite-

ratura para la juventud?” –y contesta-: “Sobre

todo es un diablo que levanta los techos. Exac-

tamente, la literatura nos cuenta sobre lo que

hay dentro de las almas de la otra gente...” Si la

literatura nos permite penetrar en estas dimen-

siones cotidianamente inaccesibles es porque no

conoce más límites que el alcance de la experien-

cia y la fantasía humanas. Sin problema rebasa

las fronteras físicas, geográficas e históricas.

La literatura nos ayuda a imaginarnos en

el lugar del Otro, vivir sus aventuras como pro-

pias, conciliar diferentes espacios y tiempos. Es

la forma más fácil de vivir las vidas ajenas o,

por lo menos, de presenciarlas.

Un recurso bastante conocido de la literatu-

ra es “el trasladado” o “cambio de lugar”, como

ocurre en la novela

Príncipe y mendigo

de Mark

Twain. En sus páginas, un joven príncipe cam-

bia de ropa con un niño pobre que se introduce

por casualidad en sus aposentos. Al no ser reco-

nocido por los guardias en su nueva condición,

es expulsado del Palacio. Afuera, le tocará vivir

la vida del pordiosero, mientras que el mendigo

ocupará su lugar. A los dos, esta experiencia

les sirve para ver el mundo desde la perspectiva

contraria. Encontrarse en el lugar del Otro sue-

le conducir a una metamorfosis debido a que

se adquiere una nueva experiencia y sensibili-

dad. Vivir la vida del Otro es descubrir que en el

fondo somos semejantes y que nuestra Otredad

reside en los roles que determina la sociedad

en la que nos tocó vivir. A la vez, el joven lec-

tor se identifica con ambos: el príncipe, ahora

pordiosero, y el mendigo, elevado al rango de

reyezuelo, y ve Londres desde dos perspectivas

contrastadas: desde el palacio real y desde las

madrigueras de los pobres.

A eso nos expone en cierta medida la litera-

tura: aunque no podemos intercambiar lugares,

podemos presenciar la vida de los Otros. Acep-

tando la Otredad, el Otro deja de ser Otro, pier-

de lo “exótico”, empieza a ser uno de Nosotros.

Marc Twain avanzó aún más: dotó de voz a

los seres que la Historia había silenciado. Duran-

te milenios, la voz de los niños no fue registrada,

mucho menos si eran pobres. La historia abunda

en esos silencios de las voces que no nos llegaron.

Sin embargo, la literatura puede reclamarlas, re-

construir esas voces calladas del pasado para las

cuales no hubo lugar en el registro oficial.

Ése es el papel de la ficción histórica: com-

pletar las versiones oficiales, cuestionar la verdad

única de la narración científica, así como dotar

al pasado de un rostro, recordar que la historia

fue un presente vivido por los seres humanos.

La literatura transforma lo general histórico en

un acontecimiento único, recupera las vivencias

excluidas de la visión panorámica de los grandes

procesos históricos que quedaron sepultadas en

el pulido y estéril discurso académico.

El discurso histórico suele descuidar esos

detalles. La literatura puede recuperarlos y

acercarnos a la historia a través de lo particular.

De ahí el papel de los detalles que acompañan

a cada evento histórico y le dan una dimensión

humana. Esos detalles permiten revelar al Otro

mediante una luz concentrada en algo pequeño,

un objeto, un sentimiento, un momento.

Pero no idealicemos a la literatura. Es crea-

ción de los seres humanos y producto de sus

prejuicios, que también nos transmiten. En la

literatura de ficción, entre Nosotros y el pasado

siempre media un autor, mientras que los docu-

mentos del pasado nos permiten acudir al en-

cuentro directo con los Otros. Sabemos que estos

textos suelen ser difíciles para los niños y los

jóvenes, pero editados, adaptados, pueden servir

de fascinante encuentro con el Otro histórico.