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Por eso voy a hablar de una experiencia de la

cual participé en el desarrollo de dos colecciones

de divulgación histórica para la editorial mexica-

na Tecolote. Uno de los principales objetivos de

la primera serie, titulada “Ya verás”, fue introdu-

cir a los niños en la riqueza de los documentos

históricos. Para ello, se utilizaron los testimonios

visuales del pasado: cuadros, códices, objetos. En

estos libros, la historia es narrada por alguien que

presenció los acontecimientos, a veces por alguien

“de la segunda fila” que no suele salir en el retra-

to oficial de la historia nacional. Por ejemplo, la

historia vista no por Juárez sino por su esposa

Margarita desde su difícil quehacer diario en el

tormento histórico. La llegada del virrey no na-

rrada desde la corte sino desde la vivencia de un

niño durante los festejos de bienvenida.

Con el mismo afán de rescatar las voces del

pasado se creó la colección “Ecos de la histo-

ria”, cuyo cometido principal fue mostrar las

dos caras de un conflicto, confrontar a los Otros

del pasado. Para iniciar la colección se escogió

uno de los encuentros bélicos más dramáticos

en la historia de la humanidad: la conquista

de México-Tenochtitlan. El objetivo del libro fue

muy complejo: enfrentar las distintas versiones

ante los ojos del lector (el Otro narrado por el

Otro, y el Otro narrado por sí mismo). En la

primera parte, un soldado de las tropas de Cor-

tés, Bernal Díaz de Castillo, relata lo vivido. La

segunda es la versión indígena recogida por el

fraile Sahagún entre los mexicas de Tlatelolco,

el último bastión de la defensa de Tenochtitlan,

lugar donde se consumó la Conquista. El obje-

tivo principal fue oír los ecos de las voces de los

testigos que vivían el acontecimiento como pre-

sente incierto y no como historia petrificada. El

carácter no lineal del libro pretende cuestionar

la visión única de la Historia. Contraponiendo

estas voces, se busca excluir una narrativa uni-

ficadora, dejando al lector la tarea de sacar sus

propias conclusiones, las que también podrían

modificarse en cada nueva lectura. El lector

confronta los diversos Otros de la historia ela-

borando su propia postura frente a ellos.

Sin duda, la Conquista fue uno de los

eventos más dolorosos e interesantes de la His-

toria: habitantes de dos continentes distintos

se descubren mutuamente, se enteran uno del

otro y se observan. ¿Cómo se ven?

Primero, proyectan su propio mundo y a

partir de ahí todo lo ajustan a esa pauta.

Los conquistadores eran gente de su época,

convencidos de ser dueños de una verdad abso-

luta: la de su propia fe. Increíblemente enjau-

lados en su etnocentrismo, perciben el mundo

desde la perspectiva “de mi verdad”; en todos

los dioses ajenos ven solamente demonios, apo-

yados en la autoridad de la Biblia de que “to-

dos los dioses de los gentiles demonios son”.

Además, esos hombres en su niñez, sin duda,

contemplaban en las iglesias parroquiales las

imágenes del Infierno o de la tentación en el

Paraíso con Satanás representado como ser-

piente alada. Aunque sus alas de murciélago

no se asemejaran en nada a las verdes y sua-

ves plumas de Quetzalcóatl, quizá la semejanza

conceptual: serpiente alada versus serpiente-

ave los espantaba. Europa trajo sus demonios

a este continente y los proyectó hacia el Otro.

Este tremendo espejismo los justificó para con-

quistar y dominar al Otro. En la imaginación

popular posterior a la Conquista, en pinturas,

biombos e ilustraciones de libros, encontramos

a las deidades prehispánicas representadas con

rasgos de los diablos medievales.

Muchas veces vemos lo que esperamos ver,

no al Otro sino nuestros prejuicios. Captura-

mos la imagen del Otro deformada por nuestras

expectativas. Miramos al Otro, pero nuestra mi-

rada regresa como un reflejo de nuestras pro-

yecciones.

Al conocer de la aparición de seres extraños

en los confines de su mundo, Moctezuma pri-

mero consultó con los sabios si en los códices

había noticias que pudieran explicar de quiénes

se trataba. Luego, entre muchas acciones, envía

a Cortés los atavíos de los dioses. ¿Esto signifi-

ca que fueron tomados por dioses realmente? La

palabra

teotl

, que suele traducirse como “dios”,

en náhuatl tenía un significado más amplio, ya

que denotaba también todas las cosas extraor-

dinarias que rebasaban lo común. Sin duda, los

españoles –su físico, su vestimenta, sus utensi-

lios– eran extraños para los indígenas. Además,

surgieron del mar. Hay que recuperar la visión

del mundo indígena para entender su asombro:

el mar, llamado

ilhuicáat

, significaba, según Sa-

hagún, “agua que se junta con el cielo”. Eso ya

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BARATARIA

NÚMERO 15 •

2013