
2010
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NÚMERO
1
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VOLUMEN VIII
I
BARATARIA 15
me pregunté maravillada. Pronto comprendí que
su origen no estaba bajo mi control, ni tenía que
estar. Y supe que para llegar al mismo universo de
donde él había salido, yo necesitaba tan solo una
emoción, aunque fuese muy chiquita, algo mínimo,
una frase, una imagen, un sonido que arrancara
de mi sensibilidad una señal. Y necesitaba entre-
garme a ese mínimo elemento para que fuera el
comienzo de alguna historia todavía inexistente,
alguna historia que, como una araña con su hilo,
yo sacaba poco a poco de la nada. Sigue siendo
así. No los puedo crear de otra manera. Cuando
intento conducirlos no me salen bien, puede que
salgan cuentos buenos, pero no logran la densidad,
el impacto que necesitan los verdaderos cuentos
de hadas. Es como si los cuentos de hadas, más
que historias, fueran vibraciones.
F.H.D.: Haciendo un balance de tus libros, ¿cuál
crees que es el más representativo de tu obra?
¿Cuál te parece el más entrañable?
M.C.: Podría decir que el libro tal es más representa-
tivo porque es el primero de su estirpe. Podría decir
que el otro es más representativo porque se llevó
más premios. O que el otro lo es porque fue escrito
en condiciones especiales. Pero nada de eso sería
verdadero para mí. Hoy día mi querer más especial
no está puesto en un libro o en otro, está puesto en
el conjunto. Uno no lo sabe cuando entra en la vida
de escritor, es joven, escribe lo que da ganas, o, a
veces, lo que cree que le va a gustar al público, y ya
está. Pero con cada nuevo libro uno se da cuenta de
que está construyendo algo, que cada libro es un
ladrillo, la pieza de un mosaico, el fragmento de un
discurso más amplio, el discurso de la vida de uno.