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BARATARIA
I
VOLUMEN VIII
•
NÚMERO
1
•
2010
diseñas para acompañar tus historias. ¿Podrías
hablarnos un poco de ello?
M.C.: El minicuento es una pasión en mi vida. Vie-
ne al encuentro de todo lo que me gusta. Es difícil,
muy difícil, y yo trabajo mejor en la dificultad, no
por valor, sino porque la necesidad de vencer la di-
ficultad mantiene la razón ocupada, dejando libre
la emoción. Es pequeño, y es de mi naturaleza amar
el detalle, lo mínimo que contiene lo más grande,
aquello que pasa inadvertido bajo la mirada de los
otros y que, cuando lo miro, se hace mi cómplice.
Exige perfecto equilibrio: soy Libra, siempre de ba-
lanzas en mano, necesito una luz para justificar la
sombra, y una sombra para darle vitalidad a la luz.
Y vive del inesperado, del salto, del corte súbito, de
la voltereta: el revés de las cosas me fascina, quie-
ro ver el mundo invertido, las raíces de los árboles
abiertas en el cielo.
El minicuento es como un gato, ágil. Es como la pin-
tura japonesa, esencial. Tiene un toque de poesía.
Un tanto de
nonsense
. Y el mejor de todos es aquel
que, igual a una mínima piedra lanzada al lago, se
abre en el imaginario del lector en sucesivos círculos
concéntricos.
F.H.D.: ¿Qué hay de exploración psíquica en
tus historias?
M.C.: No puedo decir que, igual que un Indiana Jo-
nes, salgo buscando lo psíquico en la selva de la vida
para trasladarlo en mis historias. Pero a lo largo de
muchos años, sobre todo en dos largos momentos,
me ocupé de eso. El primer momento duró once años,
los del análisis, individual y en grupo, en los que
intenté algo similar a la exploración de mí misma.
El segundo fue un rato más largo; como editora de
behaviour
, en una gran revista a lo largo de 18 años,
necesité profundizar en los mecanismos de la psique
humana, con especial interés en la psique femenina.
De lo que escribí en ese período saqué cuatro libros,
de no ficción. De lo que aprendí salieron un ensayo
sobre el amor,
Y por hablar de amor
, y un libro de
minicuentos,
Contos de amor rasgados
.
Lo que se aprende sobre el alma humana, no se
olvida. Tampoco se olvida lo que se aprende con
la experiencia. Mis personajes, por lo general, no
tienen nombre, muchas veces no tienen siquiera un
rostro detallado, viven y se constituyen a través de
sus actitudes, de las decisiones —a veces tan solo
por un gesto— que les dicta la psique.
F.H.D.: ¿Cómo surgen, cómo se construyen las
ideas en el interior de Marina hasta hacerse una
historia ya acabada?
M.C.: Surgen de distintas maneras para distintos
géneros. Por ejemplo, en el libro de cuentos para
jóvenes
Penélope manda recuerdos
, había elegido un
tema central, no obligatorio, pero que me interesaba
respetar: la metamorfosis. Las ideas tenían que sa-
lir de ese campo. Entonces, recorrí mis recuerdos,
hice lecturas, seleccioné en mi “material de cajón”,
siempre con el foco en el tema, buscando como un
perro que olfatea los arbustos. Para poder escribir el
libro de minicuentos sobre el amor, necesité muchas
lecturas, necesité formalizar mis ideas en el ensayo,
hasta sentirme totalmente cómoda para escribir
cuentos de aproximadamente cinco líneas. Me gusta
prepararme con investigación, olvidar pronto una
buena parte de lo que investigué, masticar la otra,
y después de la digestión, empezar a divagar.
La poesía para niños sale de todas partes, de lo
cotidiano, de mi amor a la vida, de reflexiones, de
bromas, de juegos verbales.
El discurso cambia cuando se trata de cuentos de
hadas. Los cuentos de hadas no los busqué. Fue-
ron ellos los que me llamaron. Editora temporal del
suplemento de literatura infantil del periódico en el
que trabajaba —en sustitución de una colega que
el régimen dictatorial había llevado a la cárcel—
me pareció buena idea adaptar el cuento
La Bella
Durmiente
, cambiando sus partes para que los pe-
queños lectores lo arreglaran. No obstante, al ritmo
no tan rápido de la dactilografía (eran tiempos leja-
nos), el cuento que me salió era otro. Lo llamé
Siete
años y siete más
. “¿De dónde viene ese cuento?”,