
2010
•
NÚMERO
1
•
VOLUMEN VIII
I
BARATARIA 17
como
Entre la espada y la rosa
, el uso de las
viñetas, el abanico, la peineta sobre el cabello
del Hombre Atento, la rosa… ¿Existe un simbo-
lismo visual en tus imágenes?
M.C.: Ya llevaba algún tiempo ilustrando cuando
me di cuenta claramente de la diferencia entre ilus-
tración narrativa e ilustración simbólica. Vale decir
que hay ilustradores narrativos estupendos, que
me encantan. Pero ya no la quise para mí. Intento
evitarla. Siendo yo la autora del texto –solo ilustro
mis propios libros- me parece que si hay necesidad
de repetir alguna escena de la historia, es que no
la narré tan bien como debía. Tendría entonces que
escribir otra vez, y no dibujar.
Cada libro “pide” lo que necesita, aunque por veces
sea difícil escuchar su voz. Me gusta mucho traba-
jar en “detalle” como un fotógrafo interesado en su
personaje. Pero cuando ilustré
Ana Z
. percibí que
no podría ser. Todo el énfasis de la historia está
puesto en el hecho de que es una niña tan chica,
sola en el mundo que es tan grande. Entonces hice
ilustraciones con Ana casi minúscula, en medio de
amplios paisajes. Pero para que los lectores no se
sintieran tan pequeños como Ana, alterné esas ilus-
traciones con dibujos menores y en “detalle” de otros
elementos o personajes. Si no fuera tan pretencioso,
podría decir que ese ejercicio mental que antecede
al dibujo es la filosofía de la ilustración.
Mi deseo más constante como ilustradora es hacer
una ilustración de indicaciones, señales, pequeños
toques que no cuentan nada o casi nada pero que
ayudan a que florezca el imaginario del lector. De
alguna manera, lo que busco en mis ilustraciones es
similar a lo que quiero con los minicuentos. Puede
que economía sea una buena palabra, y es sencilla,
pero no siempre logro alcanzarla. Es tan fácil caer
en la trampa discursiva que el texto nos ofrece.
Y me encantan el blanco y negro. A veces mucho
más que el color, o mejor dicho, siempre más que el
color. Sería más correcto decir que el blanco y negro
son suficiente para mí: me dan todo lo que deseo, me
permiten audacias y delicadezas. Es como la escri-
tura, el negro de la tinta sobre el blanco del papel,
el negro del misterio en contraste con la luz de lo
evidente, el negro de la noche que promete el día.
Hace poco apliqué la esencia de los minicuentos
a poesía para chicos, en el libro
Classificados e
nem tanto
. Hice minúsculos poemas que brincan
y resbalan dentro y fuera de la realidad, risueños
y cortantes. No los quise ilustrar. Por primera vez,
un libro mío no pertenecía a mi trazo. Le pedí a
un estupendo grabador en madera, Rubem Grilo,
que lo hiciera. Y no se me acaba la sonrisa frente
al resultado. Trazo y texto en algunos casos no se
quieren, pero a veces es flagrante que nacieron uno
para el otro.