

2009
•
NÚMERO
1
•
VOLUMEN VI
I
BARATARIA 7
inmensamente largas para tratar
a sus pacientes que llegaban en
estado de
shock
a su consultorio.
En el fondo, este libro plantea una
tesis bastante interesante, vincu-
lada con el poder terapéutico de
las imágenes en la mente infan-
til, desde el poder que ellas tienen
para estremecer y aterrorizar.
Me gustaría contarles la his-
toria del Chupadedos, un niño
que desatiende la advertencia de
su madre:
¡Conrado!, dice mamá
Salgo un rato, estate acá,
sé bueno, juicioso y pío
hasta que vuelva, hijo mío,
y no te chupes el dedo
porque entonces —ay qué
[miedo—
vendrá a buscarte, pillastre,
con las tijeras el sastre,
y te cortará —tris, tras—
los pulgares, ya verás.
Sale doña Berta y zás,
¡Chupa que te chuparás!
Se abre la puerta y de un salto,
entra a la casa, al asalto,
el terrible sastre aquel
que venía en busca de él.
Con la afilada tijera
le corta los dedos —fuera—
y deja al pobre Conrado
llorando desconsolado.
Cuando vuelve doña Berta
lo encuentra triste, en la puerta,
sin pulgares se quedó,
el sastre se los cortó.
La imagen de un personaje horripilante que irrumpe en la escena con
unas enormes tijeras y la sangre que corre por los dedos recién cortados,
no puede ser menos que espantosa. A mí, particularmente, jamás se me
ocurriría chuparme el dedo después de haber leído esta historia.
Abundantes imágenes que percibimos como perturbadoras se
recargan de esta fuerza por las referencias intertextuales, por un
lado, y, por el otro, mediante el uso de lo que Max Ernst denominó la
“enajenación sistemática”: imágenes insertadas en un contexto ajeno
hacen surgir la chispa de lo extraño, lo que genera en el mayor de los
casos sensaciones inquietantes. Lo podemos apreciar en la pintura
metafísica de Giorgio di Chirico o en las propuestas surrealistas.
Veamos cómo algunas imágenes enajenadas pueden realmente evo-
car sentimientos muy difíciles de traducir, como la tristeza más profunda.
Miremos un cuadro de
El árbol Rojo
, donde una niña siente el peso de
una vida realmente asfixiante, y cuyo abatimiento se metaforiza en un
inmenso pez en descomposición, de labios mórbidos y ojos lúgubres.
También la perturbación se instala en las composiciones des-
quiciantes de
Greta la Loca
, un libro que mira el mundo desde la
perspectiva de una joven delirante y violenta. Otro ejemplo son las
escenas de
El jardín de las delicias
de El Bosco, pintura que aún hoy
en día sigue siendo enormemente perturbadora por la representación
del mal, las torturas infernales y el sadismo.
Temas inquietantes
Otras formas de la perturbación están vinculadas, obviamente, con el
abordaje de temas inquietantes. Hay comportamientos del ser humano,
como el suicidio, que son muy difíciles de digerir, especialmente en un
público infantil, cuyo gozo por la vida determina una parte inseparable
de su horizonte inmediato. El tema puede resultar mucho más incom-
presible cuando el suicidio recae en un personaje de ficción cuya des-
protección logra crear lazos afectivos, como es el caso de
A trompicones
de Mirjam Pressler. Aunque al final cierra el duelo, quedan las heridas
de muchos sentimientos de culpa que no se resuelven.