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10

BARATARIA

I

VOLUMEN VI

NÚMERO

1

2009

condena en la cárcel y que su madre oculta una

relación amorosa. Resulta aún más perturbador el

final donde se enfrenta al hecho de que su mejor

amigo es realmente un hermano no reconocido.

La verdad resulta, en estos casos, abrumadora.

Finales poco esperanzadores

Para mí siempre ha sido importante la manera como

cierra una historia. Como lector y como crítico, siem-

pre evalúo o siento cómo el final de un relato me im-

pacta, me seduce o me decepciona. En ese sentido,

he constatado que uno de los aspectos que puede

generar mayor perturbación en un libro infantil tiene

que ver con los finales abiertos, pero no todos los

finales abiertos sino aquellos que cierran las posibi-

lidades de que el o la protagonista pueda escapar de

su propia miseria. Veamos un poco cómo se plantean

los finales de dos libros controversiales.

El primero de ellos es

El abrazo

, de Lygia Bojun-

ga Nunes, donde se asume un tema espinoso y difícil,

la violación, pero aún más atrevido cuando se cuenta

desde la perspectiva de una víctima que decide repe-

tir la experiencia como parte de una psicopatía que

la conduce a un encuentro con su propia muerte:

El jardín desaparece en la oscuridad, pero Cristi-

na aún percibe una corbata (¿gris?) que sale del bol-

sillo rojo. Quiere volver a gritar, pero la corbata calla

el grito, y ya no sirve de nada que los pies quieran

hundirse en el suelo y que las manos quieran esca-

par: el hombre domina a Cristina y las manos de él

la jalan, sus rodillas la empujan, todo el cuerpo de él

la presiona hacia el bosque. La tumba en el suelo. Se

monta sobre ella. La oscuridad lo cubre todo.

El hombre aprieta la corbata en su mano como si

fuera una rienda. Con la otra mano arranca, rasga,

se libra de cuanta tela encuentra en su camino.

Ahora el hombre es todo músculo. Crece.

Sólo afloja la corbata después del gozo. Cristina

apenas logra tomar aliento: ya siente la corbata en

su cuello y enrollándose en un nudo. Que aprieta.

Aprieta más. Más.

Otro final que deja esa sensación de intemperie, de

inseguridad, está contado desde la perspectiva de una

niña de la calle en un libro bastante crudo que se llama

En la oscuridad

, del brasileño Julio Emilio Braz:

Epílogo

La plaza crece frente a mis ojos. Nunca me había

parecido tan grande como ahora, cuando todavía llo-

ro por Doca. Un llanto inútil. Tonterías de un corazón

lleno de dolor y de miedo, de mucho miedo. Puedo ir

con Pegador. Puedo quedarme sola. Puedo ir con las

otras niñas. Puedo ir a la Institución para menores.

Puedo simplemente dejar de pensar y dejar que la

vida me lleve. ¿No es lo que siempre hace?

Voy a la iglesia. ¿Será que yo voy a encontrar a

Dios? Bueno tal vez… Pero solo tal vez. No importa.

Tal vez encuentre un poco de paz, algunas monedas.

Es mejor no forzar la suerte. ¿Para qué querer más?

No es posible querer más.

Doca… Doca… Doca.

Tengo miedo, mucho miedo.

La ciudad es oscura. Las calles están llenas

de gente.

Pero las personas pasan presurosas. No miran.

No piensan. No ven. Pasan como pasa el tiempo, las

cosas buenas, las cosas malas.

Estoy creciendo.

Tengo miedo.

¿Estoy comiendo?

No sé. Todo es tan difícil.

Amaneció lloviendo.

Ya me voy, voy a ver que puedo hacer para

seguir viva.

Una interrogante para abrir el debate

Para concluir este breve repaso por este tema fas-

cinante pero complejo, que tiene abundantes aris-

tas y, a su vez, es inasible, me gustaría volver a

la pregunta que he formulado desde el comienzo.

¿Existen realmente libros perturbadores? Y si exis-

ten, ¿cuáles pueden ser sus rasgos visibles, cómo