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BARATARIA
I
VOLUMEN VI
•
NÚMERO
1
•
2009
En una edición moderna de este relato, se
afronta la interpretación de esta versión mediante
las imágenes. Se trata de las fotografías de Sarah
Moon. En ella, el libro cierra con una doble página
donde podemos ver una cama desordenada en un
ángulo poco usual, bañado por un juego de luces
y sombras que se desliza entre las sábanas insi-
nuando abiertamente un encuentro sexual.
He querido utilizar este ejemplo para ilustrar
un aspecto vinculado con la perturbación: de qué
manera se manifiesta de forma metafórica más que
explícita en muchos libros para niños. Pero también
cómo se plantean interferencias o coincidencias con
otras categorías del discurso, como el
horror
.
Los cuentos de hadas son especialmente depo-
sitarios de esta riqueza de contenidos arquetípicos
y ancestrales, escenas, motivos y neurosis que dan
cuenta de un aspecto importantísimo que quisiera ex-
plorar como primera dimensión de la perturbación.
El temor a lo desconocido representa uno de
estos miedos ancestrales. La pérdida de la segu-
ridad del hogar, el abandono y la separación de
lo padres son motivos angustiantes que se hacen
recurrentes en muchos cuentos tradicionales. En
los relatos donde los niños son protagonistas,
el sentido de esta separación puede llegar a ser
traumático porque el personaje no cuenta con las
herramientas suficientes para afrontar la sobrevi-
vencia en un mundo hostil.
La desobediencia, un desacato recurrente en
estos cuentos, acarrea sanciones que pueden re-
sultar desmedidas, como el abandono o el ser de-
vorado. Penetrar un bosque prohibido, tomar un
alimento ilícito o hablar con un desconocido insta-
lan algunas de las advertencias que debe atender
el héroe para alcanzar su destino.
En
El pájaro emplumado
, una variante del co-
nocido cuento Barbazul, una joven que es secues-
trada por un brujo recibe la estricta prohibición
de abrir una habitación. Como prueba, el brujo
antes de ausentarse, le encomienda un huevo y un
manojo de llaves. Desoyendo la advertencia, ella
decide abrir la puerta prohibida. Allí se encuentra
con una escena abominable:
En medio de la habitación había un enorme cubo
ensangrentado lleno de cadáveres descuartizados y
al lado un tajo con una brillante hacha encima. Tuvo
tal sobresalto de horror, que el huevo se le escapó de
la mano y cayó dentro del cubo. Lo sacó y le limpió la
sangre, pero en vano: al instante volvía a aparecer.
Por más que frotó y lavó, la sangre no se iba.
Realmente esta historia es escalofriante, y seña-
la un aspecto de la psique vinculado a la sombra: el
deseo de muerte o la muerte metafórica. De alguna
manera, penetrar una habitación repleta de cadá-
veres descuartizados crea toda una ambientación
macabra, que puede perturbar a cualquier lector
como la más espantosa pesadilla.
El horror se instala a plenitud en esta escena.
La imagen resulta poderosa e irrebatible, sin em-
bargo, su ciclo de impacto, por así decirlo, tiene
una duración transitoria, pues el horror se expulsa
en el transcurso del relato. La perturbación, por el
contrario, tiene un efecto prolongado, ya que sus
efectos son más devastadores y menos predecibles.
Una imagen perturbadora nos acompaña por un
buen tiempo en nuestras vidas.
Otro de los bordes que quisiera perfilar antes de
entrar en el territorio más recóndito de la perturba-
ción, tiene que ver con la
transgresión
.
Precisamente durante el tiempo que he estado
pensando y construyendo ideas alrededor de este
tema, he comentado lo difícil que resulta precisar
cuándo un libro es perturbador y si realmente
podemos asegurar que son suficientes como para
formar parte de una categoría. Casi siempre he
encontrado que gran parte de las respuestas y de
los ejemplos que he compartido en conversaciones
sobre este tema tiene que ver con la transgresión
o la subversión, lo que NO necesariamente sig-
nifica el planteamiento de conflictos que pueden
considerarse perturbadores.