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Eco) la palabra “desintegrados”, en relación con la

literatura latinoamericana, su conocimiento, distri-

bución y divulgación. ¿Cuántos autores latinoame-

ricanos conocemos? ¿Qué sabemos de las editoria-

les que circulan en Colombia, México, El Salvador,

Nicaragua, Honduras, Venezuela y, sin ir más lejos,

Chile y Uruguay? El acceso a la informática nos

permite conocer y recopilar datos sobre editoria-

les y autores. Pero los libros, ¿dónde están? Por un

perverso sistema de distribución, que nunca logra-

remos entender, las editoriales diseminan en países

cercanos geográficamente las novedades editoria-

les; al resto de los países difícilmente llegan.

En esta “desintegración”, descubrimos que algu-

nas editoriales que llegan a la Argentina, por hablar

de mi país, distribuyen apocalípticamente lo que les

parece que puede interesarnos, los libros del

rating

en ventas, y es así como muchos autores y libros

quedan sólo para ser leídos en su país. Y todo esto

sucede en un mundo económica y políticamente

globalizado, al que América Latina pretende entrar,

lo que podría hacer, y por qué no, a través de la

literatura para niños.

Una rápida mirada a Latinoamérica

Sin duda, los países de mayor producción de li-

teratura de autor son Brasil, Argentina y Cuba. En

líneas generales, se advierte una marcada tenden-

cia por abordar una literatura propia que ahonda

en la tierra de los ancestros, en la cotidianidad ac-

tual urbana o campesina, donde los protagonistas

son niños y niñas con marcado aspecto latino, lo

que permite identificaciones más concretas con el

lector. No deja de existir una temática fantástica o

maravillosa, recursos de humor y del absurdo. Sin

embargo, desde la producción latinoamericana en

general para los primeros lectores, la poesía marca

un predominio indiscutible por conquistar con su

musicalidad, su sonido y su ritmo a los que se ini-

cian en la palabra escrita.

México realiza una permanente revalorización

de la literatura infantil y juvenil, pero abunda más

el texto folclórico que el texto de autor. Algunos

escritores para primeros lectores y edades subsi-

guientes que pueden mencionarse son Francisco

Hinojosa, un irónico narrador, Luis Arturo Ramos y

Martha Sastrías.

En Nicaragua, tierra de Rubén Darío, se destacan

la obra de Luis Rocha y algunos textos de Ernesto

Cardenal, escritos para niños. En Costa Rica existe

un mayor auge de libros para niños. Hay figuras se-

ñeras como Carmen Lyra (1888-1949), Carlos Luis

Sáenz (1889-1983) y Joaquín Gutiérrez, autor de

Cocorí

, un clásico que dejó huella para incentivar a

futuros escritores. Entre los contemporáneos de este

país pueden citarse a Lara Ríos y Carlos Rubio.

Colombia denota un movimiento importante a

partir de la década del setenta, no sólo en la reva-

lorización de la tradición popular, sino también en

el ámbito editorial, de autor y, fundamentalmente,

en la promoción de la lectura. Entre los que circu-

lan con mayor volumen de libros, puede citarse a

Jairo Aníbal Niño, Celso Román, Triunfo Arciniegas;

Ivar Da Coll, autor de

Chigüiro

y

Hamamelis

, es-

cribe e ilustra tiernos y breves relatos para los más

pequeños. Mención aparte merecen Irene Vasco y

Yolanda Reyes, prolíficas narradoras y promotoras

de libros, que publican textos para distintas etapas

de la niñez, en un estilo personal, cada una a su

manera, que atrapa al pequeño y joven lector con

historias de la vida cotidiana.

Brebaje mágico para todo uso

En un gran caldero, picados o enteros,

se echan dos tomates y dos disparates,

tres kilos de sal y uno de cristal,

un poco de niebla y otro de pimienta,

dos tazas de hiedra y un kilo de piedra.

Todo esto se bate, se echa otro tomate,

si le falta sal, se agrega al final,

si no queda bueno, se le agrega un trueno,

y si ya está listo, se agrega un pellizco.

No hay que cocinar ni tampoco hornear.

En cualquier lugar o necesidad

se toma una gota

el resto...

se bota.

(Irene Vasco. En:

Conjuros y sortilegios

, 1990)

Venezuela, donde el acento para estas edades se

marca en la generación de los clásicos como Aqui-

les Nazoa, considerado como el “último juglar” por

el crítico Antonio Orlando Rodríguez, y como el ya

entrañable Manuel Felipe Rugeles con su

Canta Pi-

rulero

, cuenta con una generación de escritoras que

participan de la poesía lírica, como Beatriz Men-

doza Sagarzazu y Velia Bosch, además de la can-

tautora Rosario Anzola cuyos libros fascinan por su

musicalidad.

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