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surdas y disparatadas, pero en el fondo entienden

que estoy diciendo una mentira para que podamos

divertirnos. El contacto con los chicos es siempre

sorprendente. La pregunta más repetida de los más

pequeños es cómo hice para aprender a hablar con

los animales. Desde luego que yo sigo mintiendo

desaforadamente, pero en el trasfondo no dejo de

ver cómo se mezcla la ficción con la realidad tras

la lectura de un cuento.

FD: En

Como si el ruidopudieramolestar

usted

cambia un poco el tono jocoso para introdu-

cir sin adornos el tema de la muerte. Precisa-

mente por la sencillez de este texto, la manera

de dirigirse a los niños debió suponer todo un

reto. Háblenos un poco de ello, y si conside-

ra que la literatura para niños puede ofrecer

respuestas a estas inquietudes y sentimientos.

GR: Claro que fue un reto. Y de los más peligrosos

y difíciles. Por algo, temas como la muerte, el amor,

el sexo y las ideologías son tabúes. No porque no

deban dárselos a los chicos, sino porque uno no

sabe cómo hacer para tocar esos temas sin meter la

pata. Hay pocas personas mayores –estoy hablando

de mi país– que saben hacerlo con toda naturali-

dad, aunque estamos aprendiendo.

FD: Hace algunos años, usted abordó en una

entrevista que le hizo Susana Itzcovich el tema

del lenguaje como una barrera para la difu-

sión de la literatura infantil entre los países de

América Latina. A pesar de que hablamos el

mismo idioma, los matices a veces son impor-

tantes. ¿Cómo ha manejado este tema con las

editoriales o los concursos? ¿Piensa que los

localismos pueden enriquecer la lectura de

un niño o que por el contrario pueden, como

afirman algunos especialistas, apagar el interés

del lector por ese texto que no comprenden?

GR: Los especialistas son siempre fundamentalis-

tas. Los lectores, grandes o chicos, pueden leer tex-

tos diversos sin hacerse demasiados problemas. Es

cierto que en particular el idioma de los argentinos

se diferencia especialmente por el uso de las for-

mas verbales y por nuestro vos en lugar del tú. Es-

toy seguro de que en los concursos esa es una cosa

que trae más de un problema, pero bueno, si uno

se juega por las cosas que piensa, le queda como

consuelo creer en la cerrazón de un jurado. Con las

editoriales la cosa se pone cada vez más peluda.

Ya hace rato que nos andan tratando de ablandar

para hacer concesiones y hablar con un lenguaje

neutro. Desgraciadamente, más de una vez tienen

éxito. A eso acceden escritores –¿escritores?– a los

que cualquier cosa les da igual. Los que creemos

en el poder de la palabra y en la inteligencia, en

la sensibilidad del lector, seguiremos apostando a

escribir en serio. Lo demás, para las telenovelas.

FD: ¿Qué piensa de la literatura infantil lati-

noamericana?

GR: Lo poco que conocemos nos muestra la enor-

me evolución de un género que se fue despegando

del mundo de la educación para insertarse en el

mundo del arte. Por desgracia, la producción lati-

noamericana no tiene un ida y vuelta entre nuestros

países. Nos faltan referencias, salvo excepciones,

porque la mayor parte de los libros se queda en un

circuito cerrado y pequeño y apenas llega a alguno

que otro vecino. No entiendo por qué pasa esto, si

muchas veces son las mismas empresas editoriales

que tienen sus casas en México, Colombia, Chile,

Argentina, Venezuela, etc., etc., y las producciones

de un país no llegan al otro.

FD: Uno de los episodios más difíciles que

conocemos en la literatura infantil argen-

tina tuvo que ver con la censura militar. En

algún momento usted comentó que el mun-

do de ficción que logra crear, donde domi-

nan los animales de la selva, le permite decir

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