Table of Contents Table of Contents
Previous Page  21 / 28 Next Page
Information
Show Menu
Previous Page 21 / 28 Next Page
Page Background

El material para ir más allá de lo que

se tiene a la mano (casa, pueblo,

ciudad, familia, amigos, maestros)

es precisamente la lectura.

en nuestras manos materiales que se puedan leer y

disfrutar. Casi siempre, lo que ellos heredaron de

sus padres, de sus abuelos, de sus buenos maes-

tros.

Así que promovemos lo que valoramos; y la idea

que se tiene de lo que es bueno leer, e incluso de

la mejor manera de leer, tiene mucho que ver con

eso que las generaciones van heredándose unas a

otras. Al seleccionar los textos para nuestros niños

normalmente pensamos en nuestros libros ideales:

los que leímos cuando fuimos niños. Así mismo,

nos movemos por el mundo —irremediablemen-

te— con prejuicios, mitos, creencias, resonancias

antiguas y modernas que conforman nuestra mane-

ra de pensar y actuar. Y ahí tenemos el resultado:

lo que nos acercaron cuando éramos pequeños (y

que le atribuimos a la calidad de la obra, sin pensar

en nuestro momento histórico y afectivo de vida),

sumado a lo que hemos escuchado que “funciona”,

que “sirve para”, para que los niños estén más des-

piertos, para que desarrollen sus capacidades, para

que saquen diez (¿en la vida?), para que sean pro-

ductivos e incluso triunfadores, lo que sea que esto

signifique.

Nada funciona ni deja de funcionar en esto de la

lectura. Porque hay libros y hay lectores. Cada uno

con sus particularidades. Y cada texto llega a cada

lector de manera distinta.

Pensemos en qué se parecía la “realidad” de los

libros que leímos cuando fuimos niños, hace treinta,

cincuenta años, a la realidad de los niños de ahora.

No con el propósito de comparar tiempos mejores

o peores, sino la riqueza de aquello con la riqueza

de lo actual, lo terrible de aquello con lo terrible

de hoy. ¿Qué tan pertinente resulta acercar un niño

a la historia de un burrito de la España de los años

treinta, tan sólo porque a nosotros nos enterneció?

Quizás tuvimos un abuelo español que llegó a Amé-

rica huyendo del franquismo y para quien

Platero

y yo

evocaba la tierra perdida, la casa paterna. Si

somos capaces de trasmitir el entusiasmo y el amor

que recibimos del abuelo, tal vez el niño de hoy, de

nueve años, loco por los videojuegos y las historias

de miedo, experto lector de pantallas y no tanto de

páginas impresas, se sienta fascinado o enternecido

también. ¿Fue la obra o fue la cálida mediación?

Ambas. Pero no por separado. Dejar el libro en

sus manos, así, sin explicación que convenza (sin

encantamiento), equivale a creer que de verdad la

lectura es un antibiótico bueno para la salud y como

tal hay que aplicarlo. Como un mal necesario.

De manera que a lo heredado y a lo aprendido

ya de mayores sería conveniente añadir sentido co-

mún, deseo de escuchar y ser escuchado, gusto por

descubrir cosas nuevas junto con los niños, tiempo

compartido. Entonces llegará la voluntad (el deseo);

y también el asombro y el entusiasmo, cuando se-

pamos qué libro darle a qué lector. El azar hará su

parte; hay que confiar.

No hay nada más diverso que la lectura. Al leer,

también nosotros nos diversificamos; nos encontra-

mos de frente con la alteridad no sólo de los perso-

najes, sino con ese otro que somos cuando leemos,

tanto acerca de épocas, personas y lugares lejanos

como de situaciones vigentes y cercanas. Los espe-

jos hacen que veamos mejor nuestras cualidades y

defectos; no todo es “viajar con la imaginación a

lugares remotos”. Nuestro propio interior es a veces

tan remoto y desconocido que nos pasma tan sólo

pensarlo.

Leer compromete. Y transforma. La idea, pues,

es hacerles sentir ese compromiso y esa transforma-

ción a los niños. Para que opten por la lectura, no

como lo máximo de este mundo, sino como algo

tan personal y profundo como la vida misma.

19