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BARATARIA
NÚMERO 16 •
2015
crito va o no va hacia determinado público. Y
las editoriales son sensibles a la censura que la
escuela y los padres se imponen e imponen a
sus hijos. Mi labor como escritor es precisamen-
te ahondar en todo espacio y resquicio humano
que la luz de la palabra aun no ha iluminado.
Ambiciosa, seguramente, la idea, pero quiero
creer que así es mi trabajo.
–¿Te parece genuino el debate que hoy
en día se mantiene acerca del acoso escolar?
¿Es lícito hablar de este tema en sociedades
mestizas y heterogéneas?
–Por supuesto que me parece legítimo. Yo,
como todos, he sido un chico de escuela, he vi-
vido el acoso y la violencia en ellas. Sales de tu
casa cuando eres el bebé de tu mamá y entras
a un lugar donde debes abrirte paso a combo,
amenaza y patada, haciendo alianzas con gente
que no querrías que fueran tus amigos, mani-
pulando grupos. Me pasó en la primaria, y era
horrible ver chicos acosando a otros chicos y que
no tuviesen a nadie que los pudiera ayudar, sal-
vo un vengador anónimo que jamás podía dete-
ner esa matanza. Sobreviví porque tenía grupo
y una habilidad especial para comunicarme con
uno de los mas recios muchachos del salón. En
la secundaria, la presión sobre los 50 machos
que como perros fuimos metidos en un salón,
a la buena de Dios, generó sus
espacios de solidaridad y de
abuso. Felizmente, el que podía
pegarnos a todos en esa clase
era un campeón de taekwondo
que nunca abusó de sus habi-
lidades, y, al contrario, estable-
ció una especie de acuerdo: si él
que nos podía pegar a todos no
nos pegaba, para qué competía-
mos por ser el más fuerte. Pero
en el salón había un sujeto que
durante cinco años atormen-
tó a otro muchacho, y creo que
aunque hubo presión, fue impo-
sible detenerlo. No teníamos las
habilidades ni las herramientas,
menos en un espacio donde te
decían “acaso no eres hombre, defiéndete”. Éra-
mos, como todos los niños y adolescentes, bas-
tante inexpertos, y abandonados por nuestros
padres –que creían que la escuela se encargaría–
y por nuestros tutores –que pensaban que debía-
mos aprender de la vida y que esta era dura– a
nuestro propio aire. Éramos niños puestos en la
perrera, sueltos para que aprendiéramos a ser lo
que teníamos que ser. Nunca llamamos
bullying
a ese acoso, ni siquiera lo llamamos acoso. Hoy
lo sabemos, lo tenemos claro y mientras más lo
hablemos, mejor. Ahora, no creo que debamos
escribir libros sobre el acoso, porque eso es pro-
paganda. Creo que cualquier libro podría servir
para tomar el tema. Los temas no tienen que ve-
nir en el libro, los lectores pueden identificarlo,
a veces a partir de preguntas
acertadas que plantean los me-
diadores. Nuestras sociedades
son post feudales, post colonia-
les, todavía nos diferenciamos
por el color de piel, somos cla-
sistas y poco democráticos. Eso
es caldo de cultivo de toda vio-
lencia y de todo rencor.
–¿Consideras necesaria la
violencia que sirve como te-
lón de fondo en gran parte de
la narrativa juvenil latinoa-
mericana?
–Creo que la violencia no es
necesariamente telón de fondo
”
“
Todavía nos diferenciamos
por el color de piel, somos cla-
sistas y poco democráticos. Eso
es caldo de cultivo de toda vio-
lencia y de todo rencor