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12

BARATARIA

NÚMERO 14 •

2012

F.H.D.: En su libro

Por qué leer los clá-

sicos,

Italo Calvino propone algunas defini-

ciones, entre ellas destaco la que dice: “Un

clásico es un libro que nunca termina de de-

cir lo que tiene que decir”. ¿Qué piensas de

esta definición?

G.M.R.: Pienso que Calvino con esta defini-

ción tiene la capacidad de describir brevemente

la esencia de lo que es una obra de arte: múl-

tiple, rica en sentidos, posibilita diversas inter-

pretaciones y no se agota. Finalmente eso es lo

que es un clásico, una obra de arte.

F.H.D.: ¿Qué puedes decirnos de los clá-

sicos latinoamericanos desde tu experien-

cia como lectora y formadora de lectores?

¿Rafael Pombo y Horacio Quiroga, Martí y

Monteiro Lobato, sólo por nombrar algunos?

¿Tienen algo que decir a los lectores de este

tiempo?

G.M.R.: Los personajes y poemas de Rafael

Pombo acompañaron mi infancia, así como lo hi-

cieron con generaciones anteriores. Su presen-

cia fue permanente tanto en mi familia como en

el colegio. Pero no pasó lo mismo con los otros

clásicos que mencionas. Hay que tener en cuen-

ta que en mi infancia la gran mayoría de los li-

bros venían de España. Por tanto, autores como

Martí y Horacio Quiroga llegaron más tarde, ya

cuando estaba en el bachillerato, y a Monteiro

Lobato, lamentablemente, solo vine a conocerlo

en mi trabajo como promotora de lectura.

Es importante mencionar que las obras de

estos autores, que se pueden considerar funda-

cionales y renovadores de la literatura infantil

latinoamericana, ya tienen mejor circulación y

es posible que los chicos de hoy les puedan en-

contrar en las bibliotecas públicas y escolares.

F.H.D.: Otros libros más cercanos en el

tiempo como

Dónde viven los monstruos

o

Un puente hasta Terabithia

o

Las brujas

han

sido considerados como clásicos, los llama-

dos clásicos contemporáneos. ¿Funcionan

mejor esos libros con los lectores actuales?

G.M.R.: Yo diría que por tener contextos do-

mésticos, presentar situaciones más contempo-

ráneas, tener un lenguaje muy actual y estar

algunas veces narrados desde el punto de vis-

ta de los niños o los jóvenes, pueden funcionar

mejor y los lectores encuentran una cierta “co-

modidad” para introducirse en ellos.

Algo que creo que es impor-

tante y que mencioné anterior-

mente es el papel que pueden

tener estos clásicos contempo-

ráneos en preparar a los lecto-

res y ayudarles a afianzar las

competencias literarias para

que puedan luego introducirse

en otras lecturas que posible-

mente requieran más madu-

rez y mayor capacidad de di-

gestión; algo así como un buen

aperitivo que te abre el apetito

para los platos fuertes.

Sobre la denominación de clásico contem-

poráneo, quisiera decir que aunque nadie que

yo sepa ha establecido cuánto tiempo se necesi-

ta para que un libro empiece a considerarse clá-

sico, muchos de los que hoy llamamos –un poco

generosamente– clásicos contemporáneos, aún

están muy cercanos y no han estado sometidos

a la prueba del paso del tiempo. Esta es una

prueba definitiva que hace que un libro pueda

alcanzar la dimensión de clásico. Estos libros

contemporáneos, que tienen una indiscutible

calidad estética y literaria, y que han alcanzado

gran popularidad en diferentes contextos, ven-

drían a constituirse en lo que se conoce como

canon literario.

F.H.D.: ¿Qué recomiendas para aquellos

mediadores que tengan como preocupación

la circulación de clásicos entre los jóvenes?

G.M.R.: Les recomendaría, ante todo, que

los lean y disfruten ellos mismos. Esta es una

condición obligatoria para entusiasmar a otros.

Solo si el mediador logra emocionarse con el

clásico, puede hablar de éste con soltura, saber

a quién y en qué momento lo puede sugerir.