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BARATARIA
NÚMERO 13 •
2011
significan a sus habitantes. La literatura entonces es el reflejo de
ella. La literatura ayuda a dimensionar, a nombrar la ciudad y a
reconocerse en ella.
Por otro lado, aparecen en la literatura infantil latinoame-
ricana historias en las que se invita al lector a un reconocimiento
de él mismo en el ámbito urbano. Textos en los que el barrio y la
familia se funden como colectivos que construyen historias comu-
nes en las que se triunfa, al lograr el bien común o al volverse fa-
moso alguno de sus miembros.
Algunas de esas historias están ligadas al deporte, que co-
hesiona socialmente a ciertos colectivos, reivindica valores como
el compañerismo, la solidaridad, el esfuerzo, la lealtad y enalte-
ce el espíritu de equipo. Cuando un deportista es encumbrado y
se conoce su biografía, no es raro que provenga de algún barrio
–humilde o no– y que desde allí haya comenzado a forjarse el cami-
no que culminó con los triunfos que le dieron fama.
Tal es el caso de
Una historia de fútbol,
de José Roberto
Torero, que aprovecha las calles, el ambiente, los personajes y, so-
bre todo, el campo de fútbol de un barrio brasileño para contar la
infancia de quien llegaría, con el tiempo, a ser el más grande astro
del balompié. Es cierto, es la anécdota de un individuo pero que
simboliza a su comunidad, a las familias que se reúnen para ver los
juegos y gritar los goles, a los niños que juegan para abatir el hastío
cotidiano, a las calles y casas que habitan.
Una historia que ocurre en la ciudad porque no podría ocu-
rrir en otro sitio, porque en el campo el sentido comunitario está
dado a través de otros elementos y en la ciudad debe construirse
desde donde se pueda y el fútbol lo puede, al menos en esta histo-
ria, por lo demás divertida.
Si solo se brindara a los niños obras en las que la ciudad es
un sitio peligroso y desesperanzador, no podrían construirse una
identidad sólida abierta a la diversidad. Por ello, también hay libros
que revisan otras posibilidades citadinas.
Repasar la vida cotidiana, sus grandes dilemas, sus mo-
mentos tristes, los sucesos divertidos, las ideas sobre los demás
–especialmente los adultos–, es una de las formas como varios au-
tores han encontrado la posibilidad de ofrecer a los jóvenes lectores
una oportunidad para encontrarse en aquello que leen.
¡Casi medio año!,
de Mónica B. Brozon, adquiere estos
matices. Escrito a manera de diario, el libro es el recuento de
las andanzas de un niño por la vida. El protagonista, que ya se
siente grande, escribe cada uno de los detalles de su día a día.
Su relación con el entorno es sumamente divertida y sencilla.
Una de sus aventuras transcurre en el interior del metro de la Ciu-
Al final, desoladoramente, Hugo
se encuentra igual de hambrien-
to, con el único consuelo de un
amigo: un perro que lo observa,
saboreándose un hueso, igual-
mente imaginario.
Los peligros de las ciuda-
des se exorcizan ante el lector,
no desaparecen, no se hacen
menos graves, pero le ofrecen
al niño la posibilidad de pensar
en la ciudad y en sus habitan-
tes desde la experiencia estética,
desde la literatura, mas no des-
de la tranquilidad.
Pero la literatura tam-
bién lleva al lector a vivir la
ciudad desde experiencias más
cercanas, a convertirla en su
cómplice y su espacio para la
aventura.
Un gran número de obras
de literatura infantil y juvenil la-
tinoamericana contemporánea
transcurre en la ciudad, lo cual
es totalmente comprensible si la
mayoría de la población se ubi-
ca en espacios urbanos. Las ca-
lles, los parques, las escuelas, el
transporte público, los edificios,
las vecindades, las mansiones,
todos los rincones de la ciuda-
des esconden las historias que
Pero la literatura también
lleva al lector a vivir la
ciudad desde experiencias
más cercanas, a convertirla
en su cómplice y su
espacio para la aventura.