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BARATARIA
NÚMERO 13 •
2011
En
Un montón de unicornios
, Ana Maria
Machado dibuja una situación por demás común
no solo en nuestro continente: la falta de espacios
de recreo para los niños.
En la descripción de un edificio, que re-
sulta ser un importante protagonista en la acción
y, a fin de cuentas, una metonimia de la ciudad
toda, se observa con fineza la dicotomía entre el
mundo adulto y las necesidades infantiles.
El pragmatismo y seriedad con que los
adultos intentan resolver los problemas contras-
tan con la sencillez de las peticiones y la reacción
de los niños frente a lo inusitado de la aparición de
unicornios en las áreas comunes de un condo-
minio en el que están prohibidos hasta los peces.
Se crea en esta obra un espacio para la
empatía entre el lector y los niños de la histo-
ria; en ella encuentra que comparte su problema
con más personas y, aunque no es una solución,
cuenta con herramientas para la comprensión y
reflexión sobre un conflicto. Y a pesar de que el
espacio del edificio es limitado y cerrado, la exten-
sión simbólica que lo corresponde con la ciudad
brinda al lector una nueva forma de concebir el
espacio urbano.
Otra obra que toca el tema de la exclusión
infantil de los territorios públicos es
La calle es
libre,
escrito por Kurusa e ilustrado por Mónica
Doppert. Un libro en el que, además del grupo de
niños que encabeza la lucha por un parque, la
ciudad tiene un papel protagónico como espacio
de hostilidad con la infancia.
Las ilustraciones instalan al lector en el
corazón de un barrio marginal y periférico de una
ciudad –que podría ser casi cualquiera en Lati-
noamérica–, donde las construcciones a medio
terminar y la deficiente infraestructura urbana
constituyen el paisaje cotidiano en el que los ni-
ños deben jugar.
Aquí también son cuestionadas y desafia-
das las relaciones sociales; especialmente se ten-
siona el nexo adultos-niños, logrando al final la
cohesióncomunitariaentornoalbiencomún, repre-
sentado por el parque público y la infancia misma.
Se trata de un libro que ofrece un acer-
camiento fiel a la realidad y que permite la
cercanía de muchos lectores, pero también el re-
conocimiento por parte de aquellos niños que,
felizmente, no enfrentan las situaciones de la
comunidad ahí mostrada.
En esta dirección, no son pocas las obras
protagonizadas por los niños que habitan en las
calles de las ciudades latinoamericanas, cuya
vida es muchísimo más complicada que lo sencillo
que, aparentemente, resulta limpiar el parabrisas
de un automóvil, hacer malabares, lustrar zapa-
tos o vender periódicos.
Julia Mercedes Castilla en
Aventuras de un
niño de la calle
narra la vida de un par de chicos
sin hogar y sin familia, cuyo pasado ignoramos.
Armando y Joaquín, los protagonistas, van hilan-
do su destino conforme este les plantea disyunti-
vas. El lector, poco a poco, comprende las vicisi-
tudes y el sufrimiento escondidos detrás de la ac-
titud de indiferencia con la que los protagonistas
enfrentan la vida.
En la narración no abundan las descrip-
ciones sobre la ciudad, pero esta juega un pa-
pel preponderante para las decisiones de los
personajes. La búsqueda de lugares donde dor-
mir, las calles por las cuales deben correr para
huir, la soledad y la oscuridad de los callejones
donde se esconden.
La vida en la ciudad orilla a los niños ex-
cluidos a participar en una red delincuencial, lo
cual lleva a Joaquín a la cárcel. Una vez que re-
cobra la libertad, se encuentra con su amigo, solo
para seguir viviendo al día. De esta manera, el lec-
tor accede a un modo de vivir que, desde fuera,
puede parecer sencillo y sin problemas; sin em-
bargo, al delinearse los peligros de la ciudad para
los niños, se alcanza una reflexión profunda sobre
un tema tan delicado.
De igual forma, el brasileño Julio Emilio
Braz presenta en
En la oscuridad
a un grupo de
niñas que viven en la calle. La protagonista, “Roli-
ña”, ha sido abandonada por su madre y va des-
cubriendo con cierto terror la forma de ganarse