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BARATARIA
NÚMERO 13 •
2011
ría de sistemas, las hadas, el galofreo y los reco-
vecos y artilugios de eso que llamamos, a falta de
mejor nombre, “fe”. Al terminarla pensé que había
agotado por completo mis recursos literarios pero
veo con satisfacción, después de casi cuatro años,
que no, que todavía hay parque en el arsenal.
FHD: Hay un elemento que destaca, que está
muy presente en tus obras, que es el diálogo.
Nos gustaría saber cómo consideras y cómo
construyes el diálogo en relación con tus per-
sonajes, pues son muy diversos en edades y en
contextos sociales. Quizás una de las técnicas
que más provee de verosimilitud a un persona-
je es la manera como habla y eso es un logro
en tus textos.
Puesto que tengo formación como dramaturgo
primordialmente, siempre trabajo mucho mis per-
sonajes antes de ponerlos a hablar. Y es cierto que
nada revela mejor a un personaje que su propio
diálogo. De nada valen presentaciones muy exten-
sas ni descripciones detalladísimas, si el perso-
naje no respira por sí mismo; lo que en verdad
sirve para mostrar un personaje es ponerlo a ha-
blar y comportarse de cierto modo. En teatro, esto
es fundamental. Y en novela... pues ahí está la
muestra.
FHD: ¿Es muy importante la presencia de los
niños de la calle en tus obras? ¿Consideras que
ese personaje es un arquetipo en la literatura
infantil latinoamericana?
No que sea “muy importante”, pero sí es uno de
los temas que me preocupan. O tal vez la for-
ma más adecuada de expresarlo sea decir: “me
duelen”. Con todo, en mi obra no hay tantas apa-
riciones de niños de la calle como tal vez se mere-
cieran. En el caso de Margot, por ejemplo, no vive
en realidad en la calle, sino en un basurero.
Y hablando de arquetipos... tendría que decir que
no sé qué tanto se les encuentre en la LIJ latinoa-
mericana; supongo que no he leído lo suficiente.
Más allá de mis libros, no me viene a la cabeza
ningún otro (pero eso solo evidencia mi ignorancia
al respecto).
FHD: ¿Sientes alguna distinción entre las
obras que escribes para niños, las que escribes
para jóvenes y las que escribes para adultos?
¿Cómo es eso de imaginarse al lector en cada
caso, en cada obra que va a un destinatario tan
diferente? ¿Cambia tu escritura por ese he-
cho?
Honestamente, no siempre sé para qué edades es-
toy escribiendo, sino hasta que ya va avanzada la
obra. Excepto cuando escribo para adultos (y eso
tiene que ver más con el tema), cuando escribo
para niños o jóvenes, no suelo ser muy atinado;
siempre me falla la puntería. En las editoriales,
siempre me mueven de serie o de color mis textos,
y yo nunca tengo argumentos para contradecirlos
porque nunca pienso en edades de inicio. Creo,
por ende, que mi escritura siempre se mantiene;
esa es la razón por la que no tengo casi obra para
niños muy chiquitos, porque en ese caso sí me
tengo que esforzar y escribir de otra manera un
poco más elemental.
FHD: Como sabes, el tema de este número de
la revista
Barataria
es “la ciudad” como es-
pacio en la literatura infantil latinoamericana.
Háblanos un poco de cómo percibes el contex-
to urbano, la ciudad, en la literatura infantil
que escribes y en la que has leído.
Puesto que siempre me crie en la ciudad, toda
mi literatura es urbana. El campo no figura en
mis letras, porque no está tan cerca de mi cora-
zón como lo está la ciudad. En todo caso, la ven-
taja que tiene el contexto urbano es que no solo
es similar en todos los rincones de la tierra, sino
que es casi idéntico. Lees una novela que ocurre
en Londres o en Nueva York, en Quito o en Bue-
nos Aires, y no te es nada difícil trasladarla en