

2009
•
NÚMERO
1
•
VOLUMEN VI
I
BARATARIA 17
E
l presente artículo presenta una experiencia de trabajo don-
de se muestra que la lectura de un libro perturbador,
Juul
,
de Gregie de Maeyer
1
, hizo posible procesos de reflexión y
expulsión en torno a los temas de la violencia y el acoso.
Actualmente existe una gran variedad de libros para niños y
jóvenes que abordan contenidos emocional y socialmente comple-
jos (inmigración, tipos de familia, muerte, violencia, discapacidad,
problemáticas urbanas, desamor, enfermedad, etcétera) y que justo
por el formato, el vocabulario empleado, las imágenes, entre otras
características, posibilitan tocar situaciones cotidianas. Permiten la
identificación y empatía con los personajes, el dialogo a partir de las
condiciones que los aquejan, así como las situaciones y pensamientos
que, aunque existen, no se narran de forma explícita.
La literatura puede propiciar el abordaje de temas dolorosos,
como la violencia, el acoso, la burla y el insulto. La lectura de estos
textos favorece la resignificación y la reconstrucción de uno mismo,
así como la posibilidad de ponerse en el lugar del otro. En ese sentido,
el libro se erige como un espacio seguro y confiable desde donde uno
se puede aventurar a recorrer caminos, elaborar preguntas, buscar
alternativas, en fin, a pensar y pensarse más como protagonista que
como espectador de una historia.
Los autores de libros para niños y jóvenes, así como los maestros,
los promotores de lectura y los padres de familia deben apartarse del
didactismo que ha imperado durante mucho tiempo, y más bien pro-
poner los
textos como pretexto
para hablar de temas que interesan
y preocupan tanto a grandes como a pequeños, evitando emitir juicios
de valor y procurando escuchar y ser escuchados.
Es necesario dejar de lado prejuicios en relación al tipo de textos
“convenientes o no para niños o jóvenes”. Como lo menciona Colomer,
“el corpus de lo que se consideran libros infantiles y juveniles está
inevitablemente determinado por los límites que los adultos suponen
que es comprensible para las capacidades interpretativas de los niños,
niñas o adolescentes… (qué pueden entender y qué es conveniente
que lean)” (2002:263).
Los libros no solo cumplen una función recreativa e informativa,
también pueden tener una función reparadora al crear un espacio
donde el lector se sienta cómodo y seguro para aventurarse a entrar en
una historia de dolor, que no se atrevería ni siquiera a nombrar en otro
contexto, como lo señala Pascal Quignard: “(la) necesidad del relato es
particularmente intensa en ciertos momentos de la existencia individual
o colectiva, por ejemplo cuando hay depresión o crisis. En ese caso el
relato proporciona un recurso casi único” (Petit: 2001:79).
La experiencia
Se llevó a cabo una serie de ta-
lleres con niños y adolescentes
cuyas edades oscilaban entre los
6 y los 14 años, en la ciudad de
Querétaro, México. Como parte
del taller se elaboró y montó una
exposición plástica en la que se
recuperaba la historia de Juul.
El taller
2
constó de cinco mo-
mentos:
1.
En grupos pequeños de niños
o jóvenes se preguntaba si sabían
lo que era un insulto, si alguna
vez los habían insultado y cómo
se habían sentido.
2.
La historia se leía en voz alta.
3.
Se solicitaba a los participantes
que buscaran la definición de las
palabras “insulto” e “insultar”.
4.
Posteriormente, contestaban
un cuestionario en el que de-
bían expresar lo que menos les
gustaba que les dijeran en tres
entornos diferentes: familia, ami-
gos o compañeros de la escuela y
maestros.
5.
Luego, se les invitaba a escri-
birle una carta a Juul.
Los niños y adolescentes se ex-
presaron en relación a lo que no les
gusta que les digan en su casa. En
función de las respuestas se hizo
la siguiente clasificación:
a)
Palabras “cariñosas” o neu-
tras
, que para el adulto no resultan
insultantes, pero a los niños y ado-
lescentes no les gustan (
cabeza de
cacahuate
,
topolliyo
,
gordita
,
niña
).
(La trascripción de las palabras es-
critas por los niños es literal.)