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BARATARIA
I
VOLUMEN VI
•
NÚMERO
1
•
2009
las cosas, prefiero insinuar, dar pistas… Y nunca
juzgo ni condeno. Intento dar a los lectores los ma-
teriales para que sean ellos quienes juzguen o no
a los personajes.
A.O.R.: ¿Has descartado algún tema por consi-
derarlo demasiado difícil o polémico? ¿Alguna
vez te has dicho: “Me atrae ese tema, pero mejor
no me meto en él”?
A.V.: Para mí no existen temas prohibidos. Sin em-
bargo, en 1980, cuando publiqué mi segundo libro,
Portal 12, 2º centro
, en muchas escuelas se saltaron
el capítulo donde la madre conversa con Mariana, la
protagonista, sobre la menstruación. Consideraban
que no se debía hablar sobre eso, y todavía hay maes-
tros que me preguntan por qué escribí ese capítulo.
Eso no deja de sorprenderme, porque cuando mis hi-
jos eran niños, yo siempre hablé de todo con ellos.
Cuando he evitado un tema, ha sido porque no me
he sentido capaz de desarrollarlo con honestidad.
He desechado algunos temas interesantes que me
han propuesto, porque no me gusta que los editores
me hagan ese tipo de sugerencias. Solo me gusta
escribir sobre lo que conozco muy bien, para evitar
el peligro de caer en lugares comunes, de decir lo
que todos dicen.
Hace algún tiempo me sugirieron escribir un libro
sobre las relaciones de una familia formada por
una pareja homosexual, ya fueran dos madres o
dos padres. El tema es bueno, pero no sabría cómo
enfocarlo: todo lo que hubiera podido decir habría
sido inventado, porque no conozco de primera mano
cómo son, cómo piensan, cómo viven esas parejas.
Prefiero escribir sobre lo que conozco, sobre cosas
de mi infancia o de la infancia de mis hijos, o sobre
las experiencias de personas cercanas. Por ejemplo,
lo que narré en
Los ojos de Ana Marta
fue verdadero:
es la recreación de la historia de una pareja de ami-
gos míos con los que trabajaba en el periódico.
A.O.R.: ¿Podría hablarse de dos etapas en tu na-
rrativa: una sobre la vida de Portugal durante la
dictadura y los primeros años de la democracia y
otra, más actual, sobre los problemas de la globa-
lización, el papel todopoderoso de los medios y la
ausencia de comunicación en la vida familiar?
A.V.: Cuando escribí
Rosa, mi hermana Rosa
, la revo-
lución del 25 de abril de 1974 estaba aún muy cerca-
na a nosotros. Ahora los niños no saben nada sobre
la dictadura ni sobre el proceso de restauración de
la democracia. Esa pérdida de la memoria histórica
es un problema que me preocupa mucho, por eso
escribí un libro titulado
Veinticinco a siete voces
en
el que presento los sucesos del 25 de abril conta-
dos por siete personas de edades diferentes. Quise
contar cómo era la vida durante la dictadura porque
actualmente en Portugal hay un proceso terrible de
“blanqueamiento de la memoria”. Es muy peligroso
que los más jóvenes no sepan de dónde vienen, qué
sucedió en su país hace solamente 30 años.
Esa pérdida de la memoria histórica es preocupante:
los adultos no quieren recordar aquella época ni ha-
blar sobre ella, los niños no creen lo que les contamos,
piensan que siempre hubo democracia. El año pasado,
en las conmemoraciones del 25 de abril, muchos escri-
tores y periodistas fuimos a las escuelas a hablar con
los niños y contarles lo que sucedió en esa fecha. No
se puede crecer de espaldas a la historia del país.
A.O.R.: Tus libros suelen tener una suerte de
“neblina” de melancolía, pero paradójicamente
eres una mujer muy vital, muy efervescente. Uno
esperaría encontrar una escritora apagada, tí-
mida, y descubre a alguien que ríe a carcajadas
y parece disfrutar de la vida.
A.V.: Sí, alguna gente queda sorprendida por ese
contraste. Estoy de acuerdo en que, como dices,
mi escritura es melancólica. Nunca es una escri-
tura muy alegre ni de grandes carcajadas. Escribo
de cosas que ya pasaron, que viví, que interioricé.
Por eso lo hago con una cierta “tristeza reposada”,
no en gran ebullición. Esa melancolía que señalas
es algo que me ha quedado de años anteriores, de
mi niñez tan difícil, de una larga dictadura militar.