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La memoria histórica nos ayuda a recordar que

la literatura en forma de libro como bien de consu-

mo de amplias capas sociales es un hecho relativa-

mente reciente. Algunos historiadores de la lectura

como Chartier (2003: 20) nos recuerdan que hay

buenas razones: “para rechazar, corregir o matizar

los diagnósticos que a menudo se hacen del presen-

te. [Una de ellas es] la historización de todos los

criterios, conceptos y representaciones que tenemos

en relación con la cultura escrita de nuestro tiempo,

pues sucede como si las categorías que utilizamos

espontáneamente fuesen categorías invariables, uni-

versales. Cierto, el libro existe desde la Antigüedad

pero no con la misma forma. Lo mismo sucede con

la categoría de lectura; leer silenciosamente, en so-

ledad, aunque sea en un espacio público no fue

siempre una práctica compartida”.

Libros desde la cultura del mestizaje

La mejor manera de definir

la actual literatura juvenil

es a través de una carac-

terística: el mestizaje o la

fusión entre diferentes mo-

delos narrativos, es decir,

la capacidad de la actual

narrativa de convertirse

en un lugar de reflujo y

de fusión. Podríamos decir

que nos encontramos con unos relatos que suman,

reutilizan, copian y adaptan lo que consideran apto:

desde la literatura de adultos más canónica a la más

comercial, de las narrativas televisivas a las cinema-

tográficas o cibernéticas. (Una descripción de los

puntos de contacto en Lluch 2007).

El concepto de originalidad

Una práctica habitual en los relatos creados en el

seno de la cultura popular ha sido la creación de

unos parámetros narrativos similares que se van

adaptando a las diferentes audiencias. Podemos po-

ner algunos ejemplos, en el caso de la narrativa de

tradición oral (Lluch 2006: 32) no se trata de intro-

ducir elementos nuevos sino de adaptar eficazmente

los materiales tradicionales a cada nueva situación

o público único o individual. Tras cada realización,

el texto no queda fijado, sino que queda abierto a

transformaciones tanto verbales (que diferencian

cada versión) como de argumento (que permiten

variantes de un mismo cuento en función de las cir-

cunstancias histórico-sociales de cada comunidad o

personales del narrador). Encontramos un comporta-

miento discursivo similar en el siglo XIX con algunas

de las novelas de aventuras que se publican. En la

actualidad, todos conocemos los llamados

spin-off

,

es decir, las nuevas series de televisión nacidas del

éxito de otras mediante el uso de protagonistas o tra-

mas comunes. Y es curioso observar cómo en todos

los casos los relatos funcionan autónomamente, de

manera que se pierde en la memoria qué obra gene-

ró a qué obra. Lo importante no es seguir el rastro

de la “creación” o reconocer y valorar el “original”

sino que lo importante es que se encuentre en la di-

ferencia –que da la similitud– la propuesta narrativa

que satisfaga.

De manera similar, funcionan algunos de los

libros dirigidos a los adolescentes, por ejemplo, el

éxito de

Harry Potter

ha posibilitado que se

escriban nuevos libros

aprovechando algunas

características de la saga

para crear un marco co-

mún y ser reconocidos

por el comprador: se

imita la manera de es-

cribir, el tipo de perso-

naje, el género; en defi-

nitiva, cualquier característica que cree en el lector

una sensación de volver a vivir el placer creado por

el producto madre. Así, nos encontramos por una

parte, con “nuevos” libros creados a partir de la pro-

puesta del primero; por otra, con la reedición de li-

bros descatalogados o libros de rotación lenta que

ahora se devuelven a la estantería de las novedades,

aprovechando la moda que se ha creado, como el

caso del resurgir de la obra

Las crónicas de Narnia

.

Ballo y Pérez (2005: 9) en su estudio

Yo ya he

estado aquí

dicen: “La atracción por la serialidad es

una de las expresiones más genuinas de la narrativa

contemporánea. En la era de su reproductibilidad

técnica, la ficción no aspira únicamente a la cons-

titución de objetos únicos, sino a una proliferación

de relatos que operan en un universo de sedimentos,

en un territorio experimental donde se prueban –y

a menudo se legitiman- todas las estrategias de la

repetición”.

La memoria histórica nos ayuda a

recordar que la literatura en forma

de libro como bien de consumo de

amplias capas sociales es un hecho

relativamente reciente.

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BARATARIA

VOLUMEN V • NÚMERO 1 • 2008