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cial. Se trata de un libro de imágenes, sin palabras,

en el que sobre un fondo siempre negro se recortan

“desprolijas” las escenas de colores brillantes. Los

mismos colores, los del semáforo, están presentes

en las misteriosas pelotas que un niño ofrece a los

automovilistas en la calle. No hay belleza ni armonía

en las imágenes, como no las hay en lo que repre-

sentan. La última ilustración niega a los lectores el

sosiego de una conclusión, ya que la historia vuelve

a comenzar.

El humor absurdo no

suele ser muy tenido en

cuenta por muchos de

quienes tienen a su cargo

la edición o la selección

de textos infantiles, ya que

el cuestionamiento de la

lógica racional es vivido

como desestabilizante de

seguridades lectoras. Sin

embargo, esta variedad

del humor es muy valo-

rada por el espíritu lúdi-

co propio de la infancia

y al mismo tiempo invi-

ta a cuestionar de modo

irreverente las leyes que

vertebran las instituciones

más consolidadas (lengua,

familia, poderes sociales,

escuela, etc.).

Historias de los se-

ñores Moc y Poc

de Luis

María Pescetti es un libro

que pone en jaque diver-

sas convenciones sociales,

culturales y literarias. Va-

liéndose de la miscelánea, que se caracteriza por su

falta de forma, unos personajes chaplinescos invitan

a cuestionar el lenguaje, la comunicación y la propia

institución literaria trastocando por ejemplo la idea de

supremacía del autor por sobre la historia contada.

En

Libro de los prodigios

de Ema Wolf, a través

de una escritura en la que se combinan diferentes

niveles lingüísticos: expresiones coloquiales junto a

términos arcaicos o científicos, se relatan aconteci-

mientos y seres ridículamente prodigiosos. La mezcla

humorística, sin embargo, no se limita al lenguaje,

también las referencias componen un entretenido

“cambalache”: la

Historia Natural

de Plinio el Viejo,

la primera fundación de Buenos Aires, un pasaje evan-

gélico,

Las cartas a Thèo

de Van Gogh… Así, datos

históricos, textos reales, saberes científicos conviven

con referencias fantásticas y absurdas, a la manera de

las antiguas crónicas de viajeros. El saludable cruce

y contaminación de elementos disímiles y contradic-

torios da como resultado un libro de un humorismo

tan exigente como poético.

Existen libros infanti-

les humorísticos cuyo po-

der desacralizador va di-

rectamente dirigido a los

supuestos adultos acerca

de cómo debe ser un li-

bro para niños. Este es el

caso del libro de Mark

Twain

Historia de un ni-

ñito bueno. Historia de

un niñito malo.

Jacob Bli-

vens era un asiduo lector

de los libros de la escuela

dominical y su sueño era

ser protagonista de una de

tales historias, pero a Jacob

las cosas nunca le salían

como en los libros. Al final

de su historia Jacob mue-

re despedazado por una

explosión y el narrador se

regodea en los detalles. A

Jim tampoco las cosas le

salían como en los libros,

donde a los niñitos malos

les sucedían accidentes y

castigos y finalmente se

veían en la obligación de

arrepentirse. A Jim absolu-

tamente todo le salía de maravillas. Las historias de los

niñitos de Twain ahondan en el fundamento lógico de

la literatura ejemplarizante: la supresión de los lími-

tes entre la ficción y la realidad. La burla frente a los

lugares comunes, el uso de la hipérbole y lo macabro

son los mecanismos que permiten a Twain denunciar

la mentira de unos textos modélicos que pretenden

borrar el límite entre las palabras y las cosas.

Regresar a los clásicos en sus versiones

más antiguas, o bien a los textos origi-

nales, supone todo un desafío en el

campo de los libros para niños.

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2007 • NÚMERO 2 • VOLUMEN IV

BARATARIA