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de esas palabras manoseadas en los escenarios de
conflicto… no se escoge ser víctima, ni se toma la de-
cisión de huir, sin nada entre las manos, con heridas
aún frescas del dolor y del horror.
En
El mordisco de la medianoche
Francisco Leal
Quevedo explora el sentimiento de desarraigo que
embarga a una familia de una comunidad guajira que
debe huir precipitadamente desde el momento en
que un grupo de delincuentes acribilla, en una noche,
todas sus cabras. Desde el vehículo, la pequeña Mile
observa cómo el paisaje va cambiando… atrás queda
el desierto y los cactus de la ranchería, los árboles se
van haciendo distintos y ahora hace frío, hasta que
llegan al nuevo sitio donde van a vivir.
Hicieron la mudanza en la camioneta.
AMile le llamó la atención que el barrio
quedaba en la parte alta de la ciudad,
al final de varias lomas peladas. Había
muchas casitas juntas y las vías estaban
llenas de huecos. Como había llovido
mucho, el lodo estaba por todas partes.
Le llamó la atención la cantidad de pe-
rros callejeros.
Poco a poco, debe adaptarse a un espacio inhóspito,
en medio de una pobreza desconocida para ella.
Su abuela Chayo cae abatida por una honda tristeza,
lo que en la tradición guajira se conoce como “el mor-
disco de la medianoche”. Ahora Mile sabe que ella
también siente en su pecho ese vacío:
Mile se quedó pensando. Eso era tam-
bién lo que a ella le pasaba: le había
alcanzado el mordisco de la oscuridad.
Seguramente le había arrancado un
pedazo grande de su alma, pues estaba
segura de que algo le faltaba desde
hacía alg n tiempo.
Otra novela que aborda el tema del desplazamiento
forzado es
La luna en los almendros
, del escritor co-
lombiano Gerardo Meneses. Esta historia está con-
tada en primera persona por un niño que narra los
episodios que detonan la huida de su familia, aco-
sados por la presencia de la guerrilla y amenazados
por las fuerzas militares. Entre dos aguas turbulentas,
la población civil, como esta familia, pende de un
hilo muy delgado. O son castigados por los grupos
insurgentes por no darles apoyo o exterminados por
fuerzas paramilitares si se consideran colaboradores
de la guerrilla.
En esta obra, la vida de un pueblo de hacendados
cambia el día en que baja un grupo de guerrilleros
que se esconden en las montañas. La imagen que
queda grabada en los ojos del protagonista, es la de
una niña que acompaña al grupo, cargando un fusil
grande y pesado que la hace titubear. Muchos niños y
niñas, de manera forzada o con engaño son enrolados
en estos grupos armados, experimentando desde
temprana edad ritos de iniciación que los prepara
para la guerra. Al final de la novela queda suspendido
un sentimiento de desarraigo, fuerte e inexplicable, en
la imagen del padre que contempla, ensombrecido,
en un lugar extraño, la luna que deja verse entre las
ramas de los almendros...
Construir una voz
Uno de los aspectos literarios que resultan más desa-
fiante en esta tendencia narrativa tiene que ver con la
voz narrativa. ¿Desde dónde se cuentan estas expe-
riencias tan dolorosas? ¿Recuperan con autenticidad
estos relatos la perspectiva del niño, la descripción de
hechos tan difíciles de entender? ¿Qué emociones se
expresan desde la altura de un niño? ¿Qué detalles se
privilegian de una trama tan compleja, de un universo
tan adulto lleno de intereses y motivos tan ajenos al
mundo de los niños?
Mambrú perdió la guerra
de la autora colombiana Ire-
ne Vasco cuenta las desventuras de Emiliano, un niño