
2012
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NÚMERO 14
BARATARIA 21
modo por los caminos de Cuzco o Andahuaylas
después de leer a Arguedas, ni tenemos la mis-
ma percepción de las calles del Londres victo-
riano después de leer a Dickens. Al oponerse
al mundo, la narrativa lo revela. Inventa para
describir. Niega para afirmar. Nos descubre a
nosotros mismos en nuestra soledad, nos reve-
la zonas olvidadas de nuestro ser.
Tengo la impresión de que la narrativa es
en cierto sentido la religión de lo humano. Me
refiero a que los novelistas son los únicos ca-
paces de desentrañar de la materia cruda de la
vida lo distinto, lo esencial, lo sagrado, lo reve-
lador, lo permanente. Hay una frase de Joyce
que dice que el escritor hace lo mismo que el
sacerdote en la comunión, convertir el pan y el
vino en algo divino. El buen narrador construye
con los elementos de todos los días verdades
que son eternas o que aspiran a ser eternas,
que nos enfrentan con algo que no podemos de-
finir pero que se relacionan con lo irrepetible
en cada individuo, en cada personaje. Creo por
eso que no solo escribimos para evadirnos de
la realidad sino también para reconocerla, para
descubrirla. Un profesor que enseña a Borges
puede pasear a sus alumnos por Buenos Aires
que aparece en sus páginas, y un profesor que
enseña a Vargas Llosa lo puede llevar por el Mi-
raflores de sus novelas. El buen lector espera
que un libro le revele el mundo.
Madame Bovary
y
El Quijote
son nuestros
modelos. ¿Por qué leen ellos, por qué leemos
nosotros? Porque somos tímidos pero ilusos
leemos a Emily Brontë; porque queremos reco-
nocer los movimientos de nuestra propia sen-
sibilidad leemos a Virginia Woolf; porque que-
remos vivir en un mundo en el que importan el
honor y la aventura leemos a Joseph Conrad;
porque queremos creer que el amor es capaz
de sobrevivir a las injusticias del tiempo y el
olvido leemos a García Márquez; porque busca-
mos adentrarnos en la monumental intimidad
y belleza del mundo natural andino leemos a
Arguedas; porque buscamos creer que la ino-
cencia aún es posible en medio de la mugre y la
pobreza y la explotación, leemos a Dickens; por-
que no nos resignamos a la rutina de nuestra
vida cotidiana y aspiramos a realizar grandes
hazañas leemos las historias del Rey Arturo;
porque buscamos seres más consolidados, más
perfectos, más totales de los que conocemos día
a día leemos a Víctor Hugo; porque aspiramos
a la tentación de la eternidad leemos a Borges;
y porque aspiramos también a los placeres de
la mortalidad leemos a Rabelais. Porque quere-
mos ser otros y porque queremos ser nosotros
mismos, porque queremos afirmarnos y negar-
nos, porque quisiéramos ser todos sin dejar de
ser uno. Creo que leemos y escribimos por todo
eso y también por algo más que no podemos
explicar o al menos verbalizar. Los personajes
que nos emocionan no existen. El Quijote no
existe, tampoco existe el niño Ernesto de Ar-
guedas y tampoco Santiago Nassar de García
Márquez. Decimos que no existen. Y sin em-
bargo, vaya que existen. Vaya que existe San-
tiago Nassar que quiere escapar de los herma-
nos Vicario y toca desesperado la puerta de su
casa y el niño Arguedas que escucha repicar las
campanadas que suben hasta las lagunas de
las alturas y El Quijote que sale cabalgando so-
bre Rocinante para desfazer entuertos. Existen
ellos como también todos los personajes que
nos han emocionado y de tanto imaginarlos y
leerlos y releerlos y emocionarnos, también ter-
minaremos existiendo nosotros, en cada uno de
ellos, y nuestra vida será más plena y más rica
y más variada, en suma más feliz.
Contagiar a los alumnos este milagro no
es una misión. Es un placer. Es compartir con
ellos la emoción insuperable de una vida más
plena. La lectura nos confirma que el sueño y
la realidad, la imaginación y la razón, se super-
ponen, se confunden, se hacen nuestros en ese
acto supremo, de magia.
Texto leído en apertura del II Congreso de
Literatura Infantil. Lima, febrero del 2012.
Alonso Cueto Caballero
nació en Lima en
1954. Ha publicado varias novelas, entre las
que destaca
El susurro de la mujer ballena
, pre-
mio Planeta-Casa de América 2007. Por el con-
junto de su obra ganó el premio Anna Seghers
en el año 2000. Dos años más tarde obtuvo la
beca Guggenheim.