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BARATARIA
NÚMERO 14 •
2012
La magia
de la lectura
por Alonso Cueto
Q
ué importante es buscar que los niños
y jóvenes lean, que puedan descubrir
mundos, que encuentren una relación
entre su vida y las palabras. ¿Es posible llegar
con el sonido de la lectura al ruido que forma
parte de nuestra vida cotidiana hoy en día? Es-
cribimos y leemos novelas en silencio. Pero es
un silencio lleno de los sonidos de la vida que
aparece reflejada en los libros. Hay que recor-
dar que ese sonido llega hasta nosotros desde
la imaginación de un extraño –el escritor–, que
de inmediato se vuelve nuestro cómplice. Esta
complicidad entre dos extraños, los lectores y
los escritores, es en realidad un milagro de la
comunicación. Ese es el milagro del que que-
remos que nuestros alumnos sean testigos. El
milagro consiste en que podemos comunicar-
nos a través del lenguaje con perfectos extra-
ños, con gente que vivió hace muchos siglos y
en lugares tan apartados, con Shakespeare o
Cervantes o Dickens o Balzac o Dostoievski o
Jane Austen, escritores que escribieron hace
muchísimo tiempo.
El hecho de que ellos puedan conmovernos
y hacernos sentir que son nuestros cómplices
y que sus escenas y personajes memorables se
inscriban en nuestra sensibilidad, reconocer a
esos extraños como propios es un milagro que
se debe al extraordinario poder del lenguaje.
Esa es la razón por la que en Verona los guías
de turismo llevan a sus clientes a conocer el
balcón donde Julieta vio a Romeo o por la que
en La Mancha los visitantes preguntan dónde
queda la casa de la que partió El Quijote. Este
nivel profundo del lenguaje es el que hace que
nos importe la suerte de personas ficticias, el
que nos hace llorar la por la muerte de Jean
Valjean o Papá Goriot o emocionarnos por el
matrimonio de Jane Eyre o estremecernos ante
la aparición de Moby Dick o rezar por la suerte
de Oliver Twist. Es el lenguaje que solo la litera-
tura nos puede dar porque la literatura, y solo
ella, revela una verdad profunda y en esa ver-
dad palpita una vida eterna, una vida que se re-
siste al tiempo y al espacio; a los tiempos y a los
espacios que son las propiedades de la muerte.
La narrativa surge quizá como una insu-
bordinación contra la realidad, como un intento
por edificar una historia más perfecta y más be-
lla que la realidad, es decir –en palabras de Var-
gas Llosa – como un intento por matar a Dios,
como un deicidio. Y, sin embargo, lo contrario
también es cierto. Si la narrativa es un inten-
to de contraponer una estructura de palabras
al caos y esa injusticia del mundo, también es
cierto que nos revela ese mundo, nos hace des-
cubrir la verdad profunda que se esconde de-
trás de las apariencias. Esto es lo que muestra
la narrativa y por eso es que decimos de una
buena novela que sus personajes son reales.
La novela es fuego pero también es un espe-
jo. Pero no es un espejo que refleja la realidad
de un modo fiel. Es un espejo que se convierte
en lupa y a veces en telescopio, y su luna puede
ser cóncava o circular, es decir, es un espejo
que hurga, descubre, profundiza, desentraña y
revela aunque quizá de un modo oscuro, algo
de lo esencial de lo que estamos hechos. Pue-
de, por lo tanto, transformar la manera como
percibimos el mundo a nuestro alrededor. Hace
poco, un alumno que acababa de leer la des-
cripción de un perro que hace Chéjov, me dijo
que después de leer ese pasaje, todos los perros
le parecían chejovianos. No caminamos del mis-
mo modo por muchas calles de Lima después
de leer a Vargas Llosa. No viajamos del mismo