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BARATARIA

NÚMERO 16 •

2015

Recuerdo especialmente el impacto causa-

do por el libro

El otro lado

, de Alejandro Aura

con ilustraciones de Marcos Límenes (Fondo de

Cultura Económica). Este álbum, aparente-

mente inocente, generó, sobre todo entre los

jóvenes, profundas manifestaciones de dolor,

rabia, frustración por el confinamiento obliga-

torio en un lado que ellos no habían elegido y

del que no podían salir. Algunos hablaban con

más esperanza, imaginando el otro lado como

una especie de paraíso perdido al que un día

tal vez accederían.

Sintiendo que mi apuesta de leer libros ál-

bum para niños a un público adulto y fuertemen-

te politizado daba frutos, seguí con mi repertorio.

Las voces simbólicas de la literatura, el orden de

sus estructuras, los narradores y protagonistas

inexistentes, permitían que las palabras de to-

dos fueran escuchadas con respeto, a veces con

admiración, creando una cohesión social donde

hasta ese momento sólo existían enemigos. Este

proceso abría, para ir cerrando, heridas que la

guerra no dejaba cicatrizar.

Para desencadenar aún más diálogos, leí un

libro sobre la aprensión que sentimos frente al

otro y a la solidaridad que se desata frente al peli-

gro:

¿Quién llama en la noche a la puerta de Iván?

,

de Reinhard Michl y Tilde Michels (Editorial Ju-

ventud). Los diálogos se multiplicaron y tuve que

leer el libro dos veces a solicitud del grupo.

El último día, para cerrar el taller, decidí co-

rrer un riesgo. Leí

Flon-Flon y Musina

de Elzbieta

(SM). Dos tiernos conejos juegan inocentemente

entre flores en un ambiente primaveral. Corazo-

nes rosados enmarcan sus juegos. El mundo se

parece al paraíso terrenal… hasta que llega la

guerra y todo su sufrimiento. El padre se au-

senta, las bombas resuenan, el mundo se oscu-

rece, los cadáveres ocupan el lugar de las flores,

y los niños conejo son separados por una cerca

de alambre.

En este momento ya no se hablaba de mun-

dos simbólicos. Se hablaba de la guerra con to-

das y cada una de sus consecuencias. Por un

instante, cuando una de las personas que yo

sabía que tenía la función de vigilarme se le-

vantó, pensé que el taller había terminado y

que yo sería erradicada de la faz del municipio

de inmediato.

Me sorprendí cuando esta persona que no

había hablado en los días anteriores, sin identi-

ficarse como guerrillero, contó que vivía en ple-

na selva y que le gustaría llevarse ese libro para

unos niños que él conocía. Por supuesto, con

gran placer, le entregué mi ejemplar. Hasta hoy

me pregunto sobre su destino. ¿A quién quería

esa persona leerle

Flon-Flon y Musina

, quiénes

serían los interlocutores que habitaban ese otro

lado aún más allá del territorio que yo conocía,

que hablarían sobre la paz y la guerra, el amor,

la amistad, el dolor, el desgarramiento, inten-

tando curar heridas, cicatrizar enemistades, a

la luz de un libro tan “tierno”, tan infantil? No

tengo respuestas pero me queda la esperanza de

que el libro haya producido su efecto sanador.

Cuando los libros no alcanzan

A lo largo de los años, la población rural

colombiana se ha visto obligada a desplazarse

del campo a las ciudades por las dificultades

económicas, de infraestructura, por una serie

de carencias. En las últimas dos décadas esta

situación se ha recrudecido por los efectos de

la guerra, generando que grandes capas de la

población, agricultores, pescadores, mineros,

se inserten en los cinturones de miseria de las

zonas marginales que crecen caótica y despro-

porcionadamente.

Entre esta población despojada, que huye

de las masacres, de los ataques paramilita-

res y de los grandes poderes económicos que

se adueñan de sus tierras, la memoria de lo

que quedó atrás es tan dolorosa que es mejor

no evocarla; el futuro es tan oscuro que no se

Algunos hablaban con más

esperanza, imaginando el otro

lado como una especie de pa-

raíso perdido al que un día tal

vez accederían