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2015

NÚMERO 16

BARATARIA 3

e instituciones intentamos aliviar, exorcizar y

brindar esperanzas a las víctimas de una guerra

sin fin, agazapada en miles de rincones.

El otro lado

Wikipedia ofrece la siguiente definición de la

llamada “Zona de Distensión” en Colombia:

“La zona de despeje de San Vicente del Ca-

guán y/o simplemente El Caguán, fue un

área otorgada por el gobierno del presiden-

te Andrés Pastrana mediante Resolución 85

de 14 de octubre de 1998, para adelantar un

proceso de paz con las Fuerzas Armadas Re-

volucionarias de Colombia (FARC) y acabar

con el conflicto armado colombiano. Se creó

en noviembre de 1998 y entró en efecto en

enero de 1999”.

A uno de los municipios de esta Zona, a Vis-

ta Hermosa, le fue asignada una sala de lectura

infantil destinada a su Casa de la Cultura en el

año 2000. Yo fui una de las personas encarga-

das de entregar la colección y de capacitar a los

bibliotecarios, docentes y líderes que se ocupa-

rían de darle vida.

Como puede deducirse de la definición de

Wikipedia, la Zona era gobernada por el ejército

revolucionario FARC y había que ingresar a ella

con permiso de esta autoridad transitoria. Las

reglas de juego eran impuestas por la guerrilla y

quienes visitábamos su dominio debíamos cui-

dar las palabras, los gestos, incluso el equipaje

y las comunicaciones con la familia que dejába-

mos del otro lado del territorio colombiano. Las

cámaras fotográficas estaban prohibidas y los

registros de video aún más.

Bajo estas condiciones acepté el reto que

me proponía la Biblioteca Nacional y llegué

con mi habitual carga de libros y materiales

en busca de lectores.

Viví en Vista Hermosa durante cinco días.

El municipio era muy pequeño, no tenía más

de diez cuadras que podían recorrerse en pocos

minutos. Yo no conocía a nadie, solo a mis dos

compañeros del Ministerio de Cultura que viaja-

ron conmigo. No quise averiguar, sólo pensé que

los del otro lado eran tan colombianos como no-

sotros y que la literatura y el arte operarían allí

de la misma manera que en mi lado conocido.

En la Casa de la Cultura, donde a veces mi

voz tenía que competir con los ensayos de danza

y música a muy alto volumen, frente a un audi-

torio que crecía a medida que pasaban las horas

y los días, leí, leí en voz alta sin parar.

¿Qué lecturas seleccioné para este grupo de

adolescentes, docentes, bibliotecarios, líderes y

personas que no se identificaban pero que yo

intuía que eran miembros del grupo insurgen-

te, que me vigilaban o se interesaban genuina-

mente? A juzgar por sus reiteradas y críticas

reflexiones a lo largo de los días, estaban más

interesados que preocupados por mi taller. Es-

cuchaban como escuchan los niños los cuen-

tos infantiles que yo desplegaba uno tras otro.

Donde viven los monstruos

, de Maurice Sen-

dak (Alfaguara), mi eterno cómplice a la hora de

seducir lectores, fue, como suele suceder, el más

aplaudido. Cuando comencé a develar los secre-

tos escondidos entre las imágenes, la sorpresa

y las reacciones fueron generales. Todos y cada

uno, desde su punto de vista, hablaban de la

muerte, la libertad, el secuestro, la paz, la gue-

rra, temas que en la vida cotidiana y de manera

directa no se podían tocar so pena de ser conde-

nados a graves castigos o expulsados de la Zona.

A medida que seguía leyendo los hermosos

libros álbum dirigidos a los más chiquitos, las

palabras, las expresiones genuinas de adultos

envueltos en la guerra, se multiplicaban, siem-

pre bajo la apariencia de la literatura, siempre

hablando en nombre de los personajes y sus si-

tuaciones ficticias.

Todos y cada uno, desde su

punto de vista, hablaban de la

muerte, la libertad, el secuestro,

la paz, la guerra