
Más allá de las razones que desencadenan la
violencia, los que padecen el acoso lo viven como
una experiencia devastadora que dejará secue-
las de por vida: “Bradley Chalkers se sentaba al
fondo de la clase, en el último pupitre de la úl-
tima fila. En el pupitre de al lado no se sentaba
nadie; en el de adelante tampoco. Era una isla”.
Ojos que no ven, un mundo sin adultos
Según el estudio de la UCA, los padres y los
maestros son los últimos en enterarse, ya que
frente a la violencia el 57% de los agredidos calla
y el 70% solo se lo comunica a sus amigos. Son
muchas las razones por las que el
bullying
pasa
desapercibido para los adultos. Muchos padres
trabajan todo el día y simplemente no están en
casa. Los docentes reciben cursos abarrotados,
con problemas de disciplina donde un caso de
acoso puede pasar como otra agresión más. Por
otro lado, el
bullying
suele producirse fuera de
la vista de los docentes, en recreos, baños y a
la salida del colegio, y en la actualidad en el te-
rreno virtual, el denominado
ciberbullying
. Aún
en los casos en que se detecta, muchas veces el
docente no tiene las herramientas para interve-
nir. Los pasos burocráticos (consejo de curso,
consejo de convivencia) son lentos y, muchas
veces, la legislación impide la sanción o invierte
la carga de la prueba y el docente termina sien-
do culpable por no “haber integrado al agresor”.
Dice Narodowski en su libro
El
bullying
como sustituto de la vieja indisciplina
(2013):
“Es evidente que frente a esta retirada del cui-
dado adulto del escenario escolar y al subse-
cuente declive de la “disciplina escolar” como
elemento ordenador de la vida cotidiana en las
instituciones, el fantasma de la desprotección
y la inseguridad crece entre muchos alumnos
quienes, según la evidencia arriba citada, en
altos porcentajes se sienten indefensos respecto
de lo que otros pares efectivamente les hacen o
les podrían llegar a hacer para perjudicarlos”.
Pero también hay miles de chicos que se
crían prácticamente solos o en manos de sus
hermanos mayores, como en el caso de Jamie
de
Mi hermana vive sobre la repisa de una chi-
menea
, quien es emboscado por un compañero
que mientras lo golpea le grita “eso es por bus-
carme problemas con el director… Eres un gi-
lipollas y todo el mundo te odia”, al levantarse
camina a su casa esperando no asustar a su
padre y a su hermana “…abrí la puerta de la
entrada y esperé que papá gritara
dónde demo-
nios te habías metido
…Papá estaba dormido en
el sofá… Me quedé mucho rato mirando a papá
y, aunque tenía el cuerpo machacado y el ojo
se me había hinchado tanto que me abultaba
el doble de lo normal, nunca me había sentido
tan invisible…”. La soledad, la terrible soledad
de miles de chicos.
20
BARATARIA
NÚMERO 16 •
2015