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2009

NÚMERO

2

VOLUMEN VI

I

BARATARIA 19

Y el tercer punto, y no de menor importancia, es

el del humor. Aquí y ahora y con total solemnidad

les digo a aquellos de ustedes que aspiran a ser

escritores para niños que, si vuestros personajes

generan identificación, complicidad y risa, tienen

buena parte del camino asegurado.

Para que esto último (el humor) sea posible,

habría que tener claro que si bien todo aquello que

genera en el otro el impulso de sonreír o de reír

puede definirse como “humor”, las vías para lograrlo

no son siempre las mismas.

Podría escribirse un tratado sobre el asunto,

pero para señalar brevemente algunos aspectos, en

el caso de los niños suele funcionar lo inesperado,

aquello que se burla del mundo de los adultos y se

mofa de su autoridad (por ejemplo, el personaje de

la señorita Trunchbull del libro

Matilda

, de Roald

Dahl). Esto pulsa en ellos determinados botones

y les produce gracia, aunque pueda parece poco

“didáctico”.

Hay que decirlo de una buena vez: los niños

huelen lo didáctico a kilómetros de distancia. Lo

didáctico, la intención (abierta u oculta) del adulto

de usar un texto para “enseñar”, es enemigo acé-

rrimo del humor y espanta más lectores que libros

quemó la Inquisición.

La literatura infantil cumple su cometido cuan-

do se convierte en literatura a secas. Un adulto no

lee una novela para aprender, lo hace para entrete-

nerse o para pensar, o ambas cosas. Si un libro para

niños genera lo mismo y también tiene humor, se

convierte en una herramienta educativa extraordi-

naria, porque hace algo totalmente revolucionario:

que el niño quiera leer.

En tiempos de televisores, computadoras, vi-

deo juegos,

play stations

o, por el otro lado, mar-

ginalidad, pobreza, soledad, hambre, abandono y

abusos diversos, que un niño quiera sentarse a leer

un libro es ya, y por sí solo, un hecho educativo

mayúsculo.

Dejemos entonces que en los libros haya diver-

sión, aventura y humor.

Pero no es suficiente poner en un texto algo que

genere sorpresa para ganar la batalla. El humor

debe ser también parte del narrador, de su manera

de ver el mundo. La percepción de la personalidad

del narrador que el niño capta a través del texto es

lo que produce la conexión.

No basta con colocar una señora vieja y mala a

soltar gases durante una misa para generar humor.

Hay que ir más a fondo, ver el mundo con los ojos del

propio niño, comprometerse con él y con su manera

de ver las cosas. Y sobre todas las cosas, quererlo.

Que el amor es otra de las claves de todo.

Recordemos siempre que si hay niños que no

leen, tal vez sea porque no estamos escribiendo lo

que ellos desean leer.

Roy Berocay

nació en Uruguay. Es periodista, mú-

sico y compositor. Como narrador, escribe para niños

y jóvenes.