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La felicidad nada tiene que ver con la carcaja-

da esporádica liberada en un espectáculo de circo

pobre. Esta se refiere a una situación en la cual sea

posible mirar un sol naranja y regocijarse, inclusive

hasta llorar.

Se requiere de una felicidad que sea un sinóni-

mo de libertad, y que se manifiesta en la medida en

que el ser humano tenga los medios para acceder

a un médico, a un empleo apropiado, a un espec-

táculo de lucha libre, a un centro educativo, a una

escuela de artes, a un plato de sopa caliente, a un

parque público, a un sueño plácido o a una estepa

cristalina. Cuando esto sea posible, cuando cesen

todas estas hambres, es posible que los paisajes re-

cobren sus formas y colores.

Compromiso político

de la promoción de lectura

Teniendo en cuenta las apreciaciones anteriores, la

promoción de la lectura más que formar un lector

enciclopédico o un ciudadano amordazado a un

sistema arbitrario, debe buscar la promoción del

ser humano, entendiendo por este un ser solidario,

comprensivo, generoso, inteligente y valiente. Un

ser con capacidad de discernir, que comprenda y

entienda con rigor las distintas culturas que lo ro-

dean, que habita.

Esta disciplina, si es posible considerarla así,

debe promover la dignificación del ser humano y el

cultivo del entendimiento. Debe procurar que mu-

jeres y hombres sean dueños de su propio destino y

puedan generar opinión pública.

Se requiere una educación para la democracia

(incluso la económica), no para la sumisión y el

cumplimiento de las leyes impuestas por los amos

y señores del mundo, unas leyes despiadadas, mez-

quinas e injustas que incitan a la segmentación, la

guerra, la desesperanza.

Entonces la tarea en esta hora y punto es clara:

luchar por combatir el analfabetismo político exis-

tente en la Región, con el fin de que los destinatarios

de las normas puedan participar en su elaboración y

así procurar la legitimidad a partir del consenso. Ese

es el camino hacia la conquista de una verdadera

democracia.

Luchar por erigir democracia

Se necesita de una democracia social que ofrezca la

posibilidad, a quien lo desee o lo requiera, de acce-

der a la educación, la salud, la vivienda, la recrea-

ción, el arte, en fin, a las diferentes manifestaciones

de la cultura.

Una democracia que active la verdadera libertad

de los individuos, que en su esencia predomine la

racionalidad, que permita que la gente pueda pensar

por sí misma, pensar en el lugar del otro. Individuos

consecuentes, justos, que no afecten los intereses del

otro; es decir, que eviten hacerle al vecino aquello

que los pudiera afectar si se lo hicieran a sí mismos.

Ese tipo de democracia, sin duda alguna, se

construye con una cultura política, y esta a su vez

se conquista con la asimilación de la lectura: la del

contexto, la del mundo, pero también la de la pala-

bra escrita. Eso sí, una lectura universal, sin secta-

rismos ideologizados, patrióticos, nacionalistas, reli-

giosos o de cualquier otra peste ruin e intransigente;

esa que va tras la fragmentación de los seres con

el recalcitrante propósito de lograr, para beneficio

propio y con la ayuda de los banqueros suizos, los

privilegios terrenales del infierno que crearon.

Cuando los seres humanos dejamos de pensar, la

pobreza se vuelve absoluta y la desdicha nos habita.

La promoción de la lectura debe mantener viva la

hazaña de ejercitar el pensamiento y la expresión.

A la promoción de lectura le incumbe ayudar

a recordar los secuestrados, los muertos con balas

criminales, los muertos de todas las hambres, los

marginados. En suma, le corresponde mostrar la ig-

nominia, señalar los totalitarismos y hacer un llama-

do perpetuo a la sensatez. No puede permitir que la

América nuestra se acostumbre al dolor y a la deses-

peranza. Como acción de intervención social y elu-

cidación, puede ayudarnos a recuperar lo usurpado,

gracias a que tiene la fuerza para vencer la ignoran-

cia y la infamia, y cuenta con los dispositivos para

señalar a quien nos quita de la boca el pan, las artes

y las ciencias, y nos aleja de la felicidad.

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BARATARIA

VOLUMEN IV • NÚMERO 2 • 2007