2009
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NÚMERO
2
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VOLUMEN VI
I
BARATARIA 3
Sin embargo, en un mundo
como este, donde abundan los
talleres y los manuales de riso-
terapia, donde muchos adultos
están tratando de recuperar la
risa como una herramienta para
la supervivencia, aún se escucha
la pregunta de si es conveniente
aprovechar el humor para aproxi-
mar a los niños y a los adolescen-
tes a los libros, a la lectura y a la
adquisición de conocimientos. Por
lo visto, no bastan las afirmacio-
nes científicas, ni las propias ex-
periencias de vida de los adultos
que trabajan con niños. El humor
sigue levantando sospechas, aun
cuando es bien sabido que puede
extender a los más jóvenes una cla-
ra y grata invitación a la lectura, a
la experiencia literaria y al apren-
dizaje. Todavía existen dudas sobre
su validez, ante el temido riesgo de
que los pequeños lectores, sobre
todo aquellos que se han mostrado
renuentes a la lectura, se aferren
a los libros que los hacen reír y no
se animen a leer otros tipos de tex-
tos más retadores ni se dediquen a
aprender las cosas serias que ne-
cesitan para la vida.
Preocupados por la formalidad
de la educación, fácilmente olvida-
mos que la risa y el humor pueden
Reír tiene múltiples
beneficios para la salud.
ser muy útiles para ayudar a los niños a sobrellevar el agobio del mundo
adulto, con sus normas y controles interminables, y a emprender el
camino del crecimiento con menos ansiedad. En realidad, resulta alta-
mente recomendable tanto en la casa como en la escuela, pues aunque
nos cueste creerlo, el humor tiene un enorme sentido didáctico, no solo
como metodología de enseñanza-aprendizaje sino como actitud vital de
suma importancia para la socialización.
¿Qué hace reír a los niños?
Desde el punto de vista de la ciencia, el humor es una habilidad que
se desarrolla antes del lenguaje, y que ha sido fundamental para la
evolución de la especie humana (Clarke, 2008). Está determinado
por situaciones impredecibles que suponen una sorpresa y una
desestructuración de lo que el cerebro considera regular y cotidiano.
Constantemente establecemos, de manera inconsciente, sospechas
sobre qué es lo que va a suceder y tenemos experiencias acumuladas
sobre los posibles resultados. Cuando esa experiencia se ve traicionada
y las reglas conocidas sufren una trasgresión, se genera el efecto cómi-
co. La risa, entonces, supone una suerte de recompensa al rendimiento
intelectual por haber comprendido el sentido —o sinsentido—, de una
situación, de un juego de palabras o de una broma.
De allí que el humor no se explique en función de objetos o sujetos
en particular, sino a través de mecanismos generales del cerebro al
reconocer un patrón que lo sorprende. Esta teoría de reconocimiento
de patrones señala, además, una correlación entre el desarrollo del
humor y el desarrollo de las habilidades cognitivas de los niños. Esto
es un elemento a tomar en cuenta tanto por quien escribe para niños
como por quien pretende ofrecer una experiencia de lectura gratificante
para ellos. Si un texto de humor no alcanza a ser comprendido puede
terminar siendo frustrante.
A medida que los niños crecen, y que desarrollan un mejor manejo
del lenguaje, van comprendiendo estructuras humorísticas cada vez
más complejas. Se parte desde el sencillo humor de los niños peque-
ños hasta el de los más grandes, sustentado en juegos lingüísticos y