Revista 20
31 de nuestra propia esencia. Por eso, son lecturas ne- cesarias y regeneradoras. ¿Cómo hacer para que los jóvenes sigan des- cubriendo en los clásicos ese poder universal, esa profundidad inagotable y esa fuerza vital que los caracteriza? Por su contundente reafirmación de la condición humana, estos libros siempre brindan res- puestas aunque no se vaya a ellos con preguntas, siempre emocionan y siempre tienen la fuerza para instalarse en la memoria. Uno de los grandes aciertos para mantener esta conexión tiene que ver con el cuidado editorial con el que se atiende a los clásicos. Pese a que incontables ediciones de estos libros se producen en el mercado, pocas logran propiciar encuentros significativos por- que son pobres y descuidadas, porque contienen tra- ducciones envejecidas o carecen de elementos para ayudar al lector a construir el contexto en el que la obra fue creada. Hacer de los clásicos un encuentro placentero pasa por convertirlos en una experiencia estética que de entrada puedan cautivar al lector, porque le brinda una sorpresa visual en la portada. Lo sobrio asegura soluciones que invitan a tener los libros en las manos. Aunque son lecturas de largo aliento y demandan muchas veces lectores diestros, lo textos que acom- pañan estas ediciones son esenciales para ofrecerle al lector las claves que lo ayudarán a entrar en ese El ecosistema lector ha cambiado notablemente. Aún dentro de este horizonte, los clásicos siguen extendiendo citas impostergables. territorio. Prólogos documentados y cálidos, biogra- fías de los autores y cronologías trazan rutas seguras para adentrarse acompañados en estos universos. En esencia, una edición moderna no pretende ofrecer un texto depurado o resumido, sino una tra- ducción pulcra y ágil, una tipografía gentil y la elegan- cia de un diseño que no genera ruido sino que hace fluir ese momento especial en el que el lector se ha hecho uno con la ficción. Los clásicos seguirán inspirando muchos mo- mentos inolvidables y seguirán nutriendo ese caudal inagotable que la literatura esparce en el inquieto imaginario y en el ferviente deseo de aventura. Por- que muchas experiencias sublimes, sobrecogedoras o terribles se sobrellevan cuando se atraviesa el um- bral de estas ficciones inmortales.
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