Revista 20
27 F.H.D.: En muchas de tus novelas el espacio donde se mueven los personajes tiene un valor fundamental, la casa, la escuela, la ciudad… ¿Cómo planeas el manejo del espacio, el real y el simbólico, en tus libros? M.F.H.: El espacio es ese elemento que enmarca la historia y que termina im- pregnándose de ella. La casa, el salón de clases o la calle donde transcurre un cuento están teñidos de atmósferas que no solo se convierten en testigos de la narración sino que inciden en los personajes. Cuando creo un espacio quiero sentir que lo reconozco y que suscita en mí alguna emoción. La luz, la oscuridad, la sensación de frío, el techo alto, una pared demasiado delgada, el eco que producen unas pisadas, todo eso aporta a crear la atmósfera que acompaña al personaje en la situación emocional que atraviesa. Con frecuencia apelo a la memoria, como cuando tras muchos años regre- sas a la casa en la que viviste la infancia y vuelve a ti un aroma especial, el patio en el que jugabas es un alarido, la cocina en la que viste a diario a tu madre es un golpe en el pecho, el color de una pared es un viaje a la felicidad, a la nostalgia o al terror. Soy una observadora apasionada de los elementos y me gusta hacerme la manida pregunta “si estas paredes hablaran ¿qué me contarían?”. Recuerdo detalles de mi propia vida que se convierten en detonantes de emo- ciones: la textura de las paredes, el estampado de una sábana o los dibujos del papel tapiz en los que más de una vez creí descubrir rostros que me atemorizaban. En ese sentido, crear espacios es, para mí, tan importante como crear personajes. F.H.D.: Gran parte de tus obras para niños privilegian la Escuela como un espacio por excelencia donde ocurren el amor, las rivalidades y las situaciones humorísti- cas. ¿Qué tiene de especial ese espacio en la construcción de tus historias? M.F.H.: Sí, la escuela es un espacio habitual en mis cuentos y novelas. La razón es natural: y es que allí —en aulas, salones y patios— es donde niños y jóvenes viven momentos de descubrimientos felices como la amistad, el primer amor, las travesuras entre compañeros, el hallazgo de esa maestra o de ese maestro que marcará sus vidas, y es también donde muchos niños encuentran el miedo, el hostigamiento, la intolerancia, las relaciones de poder, el desamor y la violencia. Siempre me ha resultado sobrecogedor cómo, en el mismo espacio, se pue- den tejer las historias más diversas. Cómo un salón de clases puede ser para un niño un refugio y para otro una oscura caverna. La escuela es un espacio que siempre deja huella para bien o para mal. María Fernanda Heredia es una escritora ecuatoriana ampliamente conocida por sus obras para niños y jóvenes. Sus libros, impregnados de un especial encanto y una sabia carga emocional, conectan de manera natural con sus lectores. En 2003 obtuvo el Premio Norma por su libro Amigo se escribe con H, una de las obras de mayor circulación en la región desde su publicación. Humor, amor y sinsabores forman parte de estas historias, que retratan la cotidianidad de personajes comunes que enfrentan la vida y le devuelven al lector una incuestionable sensación de alegría. MARÍA FERNANDA HEREDIA Entrevista Jessica Rodríguez, editora Norma Perú. “En ese sentido, crear espacios es, para mí, tan importante como crear personajes”.
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