Revista 20

25 onírica y la real. Veamos cómo se dan estos tránsitos espaciales en las dos obras de Lygia Bojunga, Mi amigo el pintor y Cuerda floja. En la primera, un niño amigo de un pintor vecino que ha decidido quitarse la vida nos conduce, en este relato narrado en primera persona, a través de espacios habitados por lo sensorial. El niño y el pintor habían establecido una relación de amistad mediada por la pintura y por la simbología de los colores. A partir de la ausencia, del dolor que esto le causa y de la dificultad de los adultos para hablarle sobre el triste suceso, el niño va llenando sus espacios vacíos de sonidos, imáge- nes y colores, a manera de compensación sensorial. El niño, además, elabora su propia construcción simbólica de los espacios psíquicos o topográficos a partir de la simbología de los colores: Nunca pensé que el silencio fuera así, tan blanco. Y fue en ese momento cuando me di cuenta de que mi amigo había muerto y de que el blanco dolía más que el negro, ¡sin hablar del amarillo! Dolía más que cualquier otro color. (p. 12) Así, puentes sonoros y visuales marcan los tránsitos entre el espacio de las emociones del niño y el espacio de su cotidianidad habitada por adultos. Una mayor complejidad en la construcción del espacio y donde cobra un real protagonismo la veremos, sin embargo, en Cuerda floja . Esta novela, de corte psi- cológico, narra el tránsito de la protagonista, María, desde un mundo y un espacio que le son ajenos y que debe habitar después de la muerte de sus padres, al es- pacio de su propia memoria psíquica. María debe ir a vivir con su abuela en una gran casa. Desde su habitación consigue transitar a través de una ventana, real e imaginaria al mismo tiempo, con una cuerda y sus habilidades de malabarista, hacia el territorio de su propio pasado. Con sus ma- labares sobre la cuerda se desliza desde una venta- na hacia otra, entre dos edificios, entre dos mundos, para enfrentarse a un pasillo lleno de puertas de mu- chos colores detrás de las cuales transcurren episo- dios de su pasado y el de sus padres. Abrir una puerta es abrirse a los lugares del arraigo; las puertas son, en esta obra, el umbral, el elemento que posibilita el tránsito entre dos espacialidades, que son también las formas de habitarse uno mismo y de construirse una historia propia. Para decirlo con palabras de Gas- tón Bachelard en La poética del espacio: Diríamos toda nuestra vida si hiciéramos el relato de todas las puer- tas que hemos cerrado, que hemos abierto, de todas las puertas que quisiéramos volver a abrir. Mucho podría decirse sobre la construcción del espacio en la literatura infantil y en este breve reco- rrido por tres obras en las que se construyen espa- cios simbólicos, emocionales o psíquicos, solo hemos abordado una manera de comprenderlo. El libro es, también, ese otro espacio que se nos abre como un umbral misterioso, para entrar en los territorios de las historias narradas y de las historias vividas, recor- dadas, reconstruidas, con las que volvemos siempre a sorprendentes encuentros. Adriana Serrano Carrasco. Profesional en Estudios Literarios y Magíster en Es- tudios Culturales. Creadora de la Especialización en Literatura Infantil y Juvenil de la Universidad Javeria- na. Docente universitaria e investigadora en procesos sociales de la lectura.

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