BARATARIA 19
21 En la segunda mitad del siglo, un nuevo giro se pro- duce. Surge lo que se conoció como realismo sucio en EE. UU. con John Fante, Charles Bowowski y Ray- mond Carver, que apuestan por la narración mini- malista y la representación de personajes corrientes desde una mirada desencantada y antisistema. Es- tos escritores abandonan los grandes conflictos y se concentran en los dramas cotidianos, para los que no postulan ninguna solución. Cabe resaltar acá la obra de J.D. Salinger, El guardián en el centeno (1951), cuyo protagonista adolescente gravitará sobre la na- rrativa propiamente juvenil que aparece en los años 1980 y que se denominará realismo social y crítico. Estos autores ubican a sus protagonistas en entornos hostiles, adoptan sus puntos de vista y con un estilo, en general, rudo y pesimista, abordan problemas que ponen en tensión el mundo personal con el exterior y tocan temas tabú hasta entonces como la aceptación de la sexualidad, el embarazo precoz, la experimen- tación con las drogas, etc. La literatura que sigue esta ruta creció en autores, temas y recursos en distintas partes del mundo, se mezcló con otros géneros, pero mantuvo un tronco sólido en sus tramas: adolescentes rechazados por el mundo adulto que transgreden los códigos socia- les. Esta vertiente realista de la narrativa consiguió desplazar la narrativa de aventuras y la fantástica que dominó durante décadas la literatura juvenil. Más allá de lo interesante que es en sí misma esta corriente, que se nutre en gran medida de la obser- vación de la realidad, muchos mediadores adultos la promueven porque la consideran formativa y no eva- siva, y porque creen que “conecta” a los jóvenes con el mundo. No obstante, no hay que confundir proponer lecturas que incluyan referentes reales con propiciar una lectura crítica de la realidad. Ni siquiera poner al alcance buena literatura que ofrezca una mirada crí- tica del mundo basta para volver sensibles y agudos a los lectores. La crítica está en la forma de ver, incluso en la direc- ción de la mirada. Por lo tanto, la capacidad de leer críticamente la realidad no depende del texto por más problemas reales que este recree. El autor crea una historia, pero el cotejo con la vida lo realiza el lector desde su lugar en el mundo, desde las historias que ha leído, desde su experiencia, entre otras cosas. Hay que educar esa mirada crítica. Por otro lado, en la última década, los narradores que escriben para jóvenes se muestran más atentos a la forma como sus lectores leen el mundo. Saben que los adolescentes son consumidores de narrativas que circulan por varias plataformas y no solo a través de los libros. Este hecho les ha conferido más liber- tad. Hoy, muchos están atentos al día a día y escriben sobre lo que es objeto de discusión en el momento. En muchos casos, el autor de literatura juvenil ya no pretende ser el “maestro de la sociedad”, como en los inicios del realismo cuando intentaba mostrar el funcionamiento social. Se acerca más al papel que buscaba desempeñar el escritor naturalista: abordar directamente y sin complejos los asuntos que tocan más de cerca a los jóvenes desde el punto de vista de estos. Es en este punto donde podemos intentar responder a las inquietudes del inicio. La novela juvenil de pers- pectiva realista es uno de los recursos más importan- tes, aunque no el único, con que cuentan los lectores para construir su visión de mundo. Si el libro contiene una buena historia, seguramente el lector saldrá de ella con muchas inquietudes sobre los diversos te- mas que en ella se abordaron. Esa conmoción en lo emocional es lo que da lugar a nuevas ideas, a cues- tionamientos, a comprensiones. Recordemos este pasaje de la novela Él cazaba halco- nes de Javier Arévalo: – ¿Qué pasa? – pregunté y le metí un mordisco a un pe- dazo de pizza. Mi padre sacó unas hojas del bolsillo inte- rior de su saco y las agitó ante mi nariz. – Es un correo electrónico, hijo, aparentemente de un policía que está harto de las porquerías que ve en este gobierno y del sujeto a quien protege. Tengo una lista de casas que supuestamente se han comprado los genera- les del Consejo de Guerra, con dinero del Estado. Han pasado más de veinticinco años del hecho real aludido en ella: una dictadura que, para perpetuarse, compraba militares, periodistas, empresarios... La novela sigue ganando lectores que no tienen memo- ria de ese tiempo y que la leen como un policial, como la historia de amor entre un padre y un hijo o como algo que puede estar pasando en este momento, cer- ca o lejos. Al final de cuentas, en una novela caben varias realidades.
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