BARATARIA 18
Barataria 2017 9 F.H.D.: ¿Tiene la narrativa juvenil francesa caracte- rísticas que le dan una identidad? C.R.: Conozco muy poco las literaturas de otros paí- ses, de otras culturas, como para dar una respuesta más precisa. La pregunta que se puede plantear hoy en día más bien, es cómo contar, cómo describir una sociedad en mutación cuando aquellos que escriben lo hacen frecuentemente “reflejando” sólo lo que sien- ten, lo que excluye una parte enorme de la sociedad. ¿Cuántos personajes provenientes de culturas mesti- zas hay en las novelas francesas? ¿Personajes que no son tomados como representantes de este mestizaje sino como figuras “ordinarias, promedio” de la socie- dad francesa en la que viven? Pienso que hay mucho por hacer en este sentido. Para volver a la narrativa que lee la juventud francesa, no tengo las cifras, pero me parece que el relato de lo cotidiano, de lo íntimo, resiste a pesar de los tsunamis de novelas o cuentos adap- tados de los blockbusters americanos o de las series de televisión y juegos de video. Es de pronto en este punto que podemos hallar una identidad “francesa”, se encuentra como una forma de resistencia. En cuanto a la formación del carácter, los libros para los jóvenes hacen hincapié en los procesos de crecimien- to, en la búsqueda de identidad, en el sentimiento de pertenencia a un grupo, en el sentir y expresar de sus emociones, en experimentar la transgresión… F.H.D.: ¿Cómo puede un autor construir personajes que sean creíbles y profundamente huma- nos a pesar de su complejidad? C.R.: Sin duda observando a los niños, a los adoles- centes, escuchándolos. Y mezclando con estos en- cuentros, recuerdos personales. Todos sabemos lo que se siente, por ejemplo, en los primeros arrebatos amorosos, basta con escarbar los recuerdos de estas emociones, integrarlos como un ingrediente en esa masa de la escritura. Los personajes a veces también se construyen, se imponen por su propia fuerza. Sur- gen de vivencias tan profundamente enterradas en no- sotros que ni siquiera sabíamos que las teníamos ahí, en nuestro yo. Y trabajar los detalles también. En oca- siones decimos más describiendo la forma como un personaje toma su café, como sostiene la taza entre sus manos, como respira el vapor caliente de la bebida antes de mojar sus labios, que haciendo que ese per- sonaje lo explique directamente. F.H.D.: ¿La literatura juvenil y la literatura para adul- tos tienen lenguajes y arquitecturas narrati- vas diferenciadoras? C.R.: No creo. Podemos hablar con palabras “compli- cadas” a un niño. En el álbum, por ejemplo, si la palabra es bonita y es necesaria, la utilizo. Para dar una idea, escribí una historia para niños muy jóvenes en dónde hablo de “guinkgo biloba”, es una palabra tan bonita, una palabra que suena como una fórmula mágica, y el niño comprende enseguida, ve la imagen del árbol al lado. Lo que sí hace una diferencia son las referencias. Aunque deslice a menudo referencias, como migas de pan para alimentar el lector y darle ganas de descu- brir obras que me gustaron, no sirve de nada aturdirlo con referencias que no tiene, eso no puede sino dejarlo atrás, hacerlo renunciar a ir más lejos en la historia. Sin duda algo similar ocurre en la literatura para adultos. F.H.D.: ¿Frente a la avalancha de sagas en el mundo de la edición y de obras comerciales cómo puede el escritor conservar una voz propia y suscitar el interés del lector hacia una verda- dera literatura? C.R.: No es fácil, es cierto. Los niños muy jóvenes es- tán impregnados de estereotipos, de clichés vehicu- lados por la televisión, por los juegos electrónicos… Romper estos esquemas no es nada sencillo, hay que luchar con las armas que tenemos: el estilo, la empatía con los personajes, la cercanía intima que puede haber entre el lector y la historia. El mundo es violento, por donde se mire el panorama es sombrío: del lado de la ecología, de las guerras, del terrorismo, de la miseria… La literatura no es accesoria, es la salida posible para que los niños, los adolescentes, no se queden solos frente a preguntas que podrían abrumarlos, hundirlos en el pesimismo. Es una puerta para la construcción en ellos de una esperanza, una esperanza que les permita considerar vivir y ser un día adultos listos para afrontar este mundo, intentar reconstruirlo, ¿quién sabe? Leer, soñar, imaginar… sin eso, la sombra podría ganar.
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